Desarrollo sin educación: imposible…
Siempre se ha mencionado que un país que realmente desea el progreso debe invertir el mayor presupuesto en educación y justicia, pero, asegurándose que los resultados sean los idóneos para servir de soporte al desarrollo económico y social impuesto como objetivo general.
El componente educativo es integral y no puede ni debe ser aplicado como algo ajeno a los factores que se integran en el espectro social sino como el núcleo ineludible para todos ellos.
Por tal razón, una sociedad que no construye familias fuertes con valores definidos y muy bien protegidos, tendrá tal nivel de hogares disfuncionales con niños que desde muy pequeños ya están impregnados de graves deterioros físicos y emocionales, siendo más alarmante aún que, careciendo de suficiente infraestructura con altas calidades profesionales para su tratamiento médico de afectaciones físicas, casi no existan centros especializados para su cura y recuperación emocional, de modo que la famosa frase “de tal palo, tal astilla” nos inserta en un círculo vicioso que destruye la moral social al acumular demasiadas generaciones afectadas psicológicamente, encareciéndose, por ende, per sécula seculorum el costo de la salud mental.
Si en una familia no hay concepto de orden, disciplina, respeto, amor e identidad familiar, se pierde la autoridad de los padres y los hijos terminan asumiendo de facto la conducción de su vida con las secuelas dañosas que su inmadurez física y mental le provocará.
También sabemos por experiencia social que la educación escolarizada con precaria infraestructura, contenidos curriculares de pobrísima calidad, sin bibliotecas ni sistemas digitales de información integral, solo brindará a los estudiantes niveles básicos de conocimiento que los hará poco competitivos en el gigantesco mercado de calidad mundial en ciencia y tecnología como en cultura general, obligando a cualquier país con tal déficit a importar profesionales y técnicos para asumir el liderazgo empresarial y social, dejando en los niveles inferiores y hasta en el desempleo a las generaciones que no supo forjar educativamente.
Si en el aula el profesor pierde autoridad y los alumnos no le reconocen respeto alguno, negociarán con aquél de igual a igual y hasta con actos violentos, cuya situación provoca un enorme caldo de cultivo para la corrupción en calificaciones y hasta en agresiones sexuales y el llamado bullying.
Hablar de paz social con generaciones así forjadas es una utopía porque la consecuencia lógica es la violencia impregnada desde la niñez. Los docentes de bien deben constituirse en los paradigmas sociales y la comunidad debe hacerles sentir su respeto, admiración y consideración con un Estado que les brinde remuneraciones adecuadas por resultados medibles.
Un estudiante sin estímulos se frustra y no se esfuerza más, salvo cuando, por su formación familiar se traza objetivos grandes con sueños grandes.
Debe premiarse públicamente el esfuerzo y el Estado debe comenzar a enviar a los mejores, por miles, a estudiar en los mejores colegios y universidades del extranjero para que retornen con la calidad necesaria para servir de soporte nacional y eliminar de una buena vez ese déficit de autoestima que nos ahoga.
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