Desde el techo
Si mal no estoy con la suma y resta y no me entretengo en el repaso del aderezo de subidas bajadas resbalones carreras y fotos sin fechar podría estar en lo cierto si escribo que estas dos fotos las tomé hace cincuenta y tres años con la Spomatic de Pentax que me hizo guardar a la pequeña Olimpus de doble cuadro que una Navidad llegó a la granja junto con otros regalos que por el volumen de compra recibimos de la productora del alimento para pollos y gallinas. Al verla me adelanté a mis hermanos y fui el primero en decir, esa para mí. Y todos estuvieron de acuerdo. Fue para mí.
Cuando empecé a trabajar en La Prensa, sección espectáculos con Alfredo Kato de jefe, ya era parte de mis tesoros. La había usado en las visitas de campo a Puruchuco, Huaicán, Ancón con las clases de arqueología por la doctora Josefina Ramos de Cox. La Pentax que en mi tercer viaje a Cusco usé para estas fotos la llevaba en mi jíquera que en el 68 compré en Manizales, Colombia, como recuerdo del Primer Festival de Teatro Universitario Latinoamericano, viajé con el Teatro Universidad Católica, TUC, y el Centroforward murió al amanecer de Agustín Cuzzani. La querida Olimpus fue buena compañera.
No son novedad en mis haceres esas situaciones extrañas que ocurren cuando menos esperas. Las fotos desaparecen se esconden o aparecen como las que publicamos. Llegaron como un envío de Anauel dando respuesta y solución al embrollo del me dicen que dijeron que no podían entender la explicación que ofrecí con mi gentil modificación a lo conversado. El celular no lo usaron no sirvió para que escucharan mi propuesta. Y el asunto se acabó. Así ocurre. Después del monólogo frente al espejo que me mira con su luz blanca me senté a la computadora y al toque empezaron a brincar las letras como ordenados mosquitos alineándose sobre la luz blanca de la pantalla formando palabras que con arreglos composturas y malabares ordenaban el anterior texto y aparecía esta nueva plana de la que me alegro. Con estas dos fotos ponemos buena nota en el renglón de actualidad todavía fresca.
Guardé otras dos que hubieran obligado a reducir el formato de las publicadas pero hubieran mostrado un comentario lateral a la monumental procesión de Corpus Christi con las regias andas los cargadores luces de plata brillo de sol y temblores de velas a lo que yo había agregado ese guaguito con su mamá y ese otro chiquitín encaramado en un relieve de la fachada de la catedral mirando con esos ojos grandes. Eran la otra cara de las hermosas mamachas y sus coronas las flores y el incienso haciendo nubes en el paso de ese orgullo cusqueño aún pomposo ufano y popular aunque ya algo mustión si pensamos en esas procesiones pintadas mostrando toda la seriedad del riguroso ceremonial de los honores riqueza y heredades de ambos imperios dando el solemne recorrido en la antigua Plaza que cuando fui todavía no recibía en esta fiesta programada multitud de turistas, sí pequeños grupos parejas y solitarios que era fácil saber eran viajeros de otras tierras.
Al día siguiente de la procesión volví a la catedral, estaba de puertas abiertas, fui a ver el crucificado que decían el príncipe inglés quiso comprarlo. Parado ante la reja de la capilla, miraba con tranquilidad cuando un joven personaje se acercó a preguntarme si hablaba inglés, con pena le dije que no. Seguramente tenía pinta de ajeno, pero era tan peruano como él, vengo de Lima le dije, se sorprendió.
No recuerdo el diálogo solo que me ofreció llevarme al techo, claro que sí, vamos, subimos por esa escalera de piedra. Al salir a la luz me dijo que yo no debía estar ahí pero como era bueno podía ver la ciudad desde arriba. Y sí, en realidad soy buena persona. Disfruté del inesperado y sorprendente privilegio, hice las fotos, quedan estas dos y otras dos o tres escondidas en algún libro caja o sobre en el que no se me ocurre buscar. Estas son el regalo de Anauel porque dijeron dicen que no entienden, lo compartimos como recuerdo de Corpus desde el techo de la catedral del Cusco Imperial, su riqueza oculta y el paisaje que asoma.
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