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Desencuentros eclesiásticos por motivos políticos

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Fecha Publicación: 25/01/2025 - 23:00
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Desde hace ya muchos años, la Iglesia católica atraviesa una crisis sin precedentes en su más que bimilenaria historia. Entre las más recientes está la pugna generada en torno a la Curia —más precisamente entre dos facciones de cardenales— disputando el control de El Vaticano tras el lamentable fallecimiento del irremplazable Pontífice Karol Jozef Wojtyla.
Conocido como Juan Pablo II, Wojtyla fue el Papa número 264, quien reinó durante 27 años en el Vaticano, desde el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte en 2005. Fue, consecuentemente, el tercer papado más extenso y uno de los más influyentes de la historia. Posteriormente, incluso, fue convertido en santo de la Iglesia.
Juan Pablo II tuvo una decisiva influencia en el colapso mundial del comunismo y combatió con energía la teología de la liberación. Por ese motivo pagó un precio muy caro, tras un intento de asesinato que lo dejó gravemente herido, aunque, gracias a Dios, superó aquel serísimo trance. Años después, sin embargo, enfrentó un segundo atentado en Fátima, a manos del sacerdote Juan María Fernández Krohn, del cual también logró salir con vida. Este hecho, sin embargo, recién se supo tras la muerte del santo pontífice.
Este breve compendio de la larga, fructífera y sacrosanta vida del pontífice Wojtyla nos confirma las tensiones y pugnas existentes al interior de la Iglesia católica, exhibiendo los riesgos que enfrentan aquellos altos prelados de la Iglesia —no necesariamente papas, aunque sí cardenales, el grado más alto al que se llega dentro de aquella extensa jerarquía vaticana— que enfrentan conflictos intestinos entre el clero, a resultas de determinados desencuentros generados por los motivos más diversos, ya sean eclesiásticos, diferencias morales, desavenencias personales o lo que fuere.
Ayer, precisamente, el mundo católico soportó uno de estos graves episodios, a raíz de la larga batalla en defensa principista de la fe católica. Esta ha sido desafiada desde hace décadas por grupos decididos a derivarla hacia una suerte de marxismo cristiano, algo tan improbable como mezclar agua y aceite. Esta adulteración principista ha sido impulsada, con enorme sutileza —aunque descarado empeño—, por la orden Jesuita, particularmente aquella división que opera en la arquidiócesis peruana.
En este orden de cosas caería aquel extraño, sospechoso y perverso operativo desatado contra el cardenal Juan Luis Cipriani, perteneciente a la orden Opus Dei, a la cual los jesuitas no han cesado de emponzoñar desde su exitoso florecimiento iniciado en el año 1928.
Esperamos fervientemente que el papa Francisco deslinde a la brevedad este gravísimo incidente que afecta, de manera muy profunda, a la fe cristiana de los peruanos, quienes guardamos un profundo respeto por monseñor Cipriani, notable combatiente eclesiástico contra la proyección del comunismo en la Iglesia católica.

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