Deshojando margaritas presidenciales
”Si veo que, de acá a dos años, el Perú no tiene una definición (política) clara, yo sí estaré pensando en postular; porque no permitiría que volvamos a tener la locura que vivimos con el señor (Castillo)“, sentenció recientemente Rafael López Aliaga, Alcalde de Lima –cuyo período empezó el primero de enero 2023, y concluye el 31 de diciembre 2026– agregando: “Y no dudaré en apartarme de mis planes privados, relacionados a mi vida empresarial”’. Atrás dejaría aquel compromiso lanzado al postular como alcalde, prometiendo ejercer el cargo por el plazo de cuatro años previsto por la Carta.
Sin duda, más pesó en él la realidad de un escenario nacional pletórico de volatilidad política, tras la destitución de Castillo luego de su golpe de Estado el 7 de diciembre de 2022, y la asunción a la Jefatura del Estado de doña Dina Boluarte. Entendible, entonces, que la realidad cambiante, desconcertante, difícil en la que permanece el Perú desde que lo gobernara un golpista ágrafo y corrupto de apellido Castillo, le haya hecho cambiar de planes a López Aliaga.
El actual alcalde se introdujo en el mundo de la Realpolitik, participando en una experiencia electoral aleccionadora. Aquella que compromete a los aspirantes a burgomaestre de Lima, la capital del Perú, que alberga al menos a un tercio de la población nacional. Y siendo el Cabildo limeño un municipio, sin embargo sus magnitudes geográficas –como las demográficas– y sus dimensiones poblacionales –como sus complejidades– se asemejan mucho a las de muchos países del orbe. De manera que la experiencia que López Aliaga ya ha adquirido –sumada a aquella que consolidará de aquí al inicio de la campaña electoral para los comicios generales de 2026– constituirá, para él, una sólida base que le permitiría iniciar con experiencia las funciones presidenciales, en caso tuviera éxito en aquellos comicios.
Hay que tener coraje para comprometerse a llevar las riendas de una nación de por sí difícil –como Perú–, teniendo en cuenta el enrevesado escenario político que venimos arrastrando, desde que el año 2011 la izquierda –de tantos matices: Humala (corrupto, influido, financiado por Hugo Chávez); Kuczynski (corrupto, rehén de los caviares); Vizcarra (corrupto, golpista, falsario); Sagasti (caviar por excelencia); y Castillo (corrupto, ágrafo, golpista)– secuestró el poder, con las gravísimas secuelas que estamos comprobando.
Al inicio de su gobernanza capitalina, López Aliaga negó una eventual candidatura presidencial. Tal vez la difícil coyuntura nacional lo haya hecho cambiar de parecer. Porque, recientemente, anunció que participaría en la campaña electoral presidencial 2026 “para evitar que el Perú vuelva a pasar por un panorama de inestabilidad, incertidumbre y destrucción moral”, semejante al que padecimos durante el régimen del prosenderista Castillo; y seguiremos soportando con el desgobierno de Dina Boluarte, justamente vicepresidenta y ministra de Castillo. El popular Porky remataba así su anuncio: “La participación (electoral) de Antauro Humala la permiten nuestros sistemas judicial y electoral, inscribiendo al partido de un señor que asesina policías y los remata (…) (Antauro Humala) se enorgullece de eso (…) Además, fuma tronchos; una persona bien rara”.
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