Después de Haya, ¿quién?
Como en la tragedia shakesperiana, imito a Antonio y también pido la atención de mis conciudadanos en el funeral de nuestro César, de hace cuarenta y dos años, pero no para sepultarlo sino para ensalzarlo. Murió Haya de la Torre. Sí. Increíble. Y aunque los pueblos que despierten soñarán junto a él, falleció la fuente misma de la vida política del Perú del siglo XX. Sin exageración facciosa podemos decir que ha muerto el peruano más ilustre de todos los siglos, sea de la Patria mítica, sea de la Patria histórica. La vida del Perú se tejerá hasta que nos extingamos o desaparezca la escritura en torno a Víctor Raúl, hijo de Raúl y Zoila Victoria, nacido el 22 de febrero del año 1895 en casa de hijosdalgos de solar conocido. Caso extraño el suyo; el de alguien que deja un melgar profundo tras su tempestuoso paso por la tierra sin haber llegado al Poder.
TODOS los hombres de la estructura caudillesca e intelectual de nuestro, para siempre, Jefe, llegaron al Gobierno. Allí están en el Olimpo Lenin, Mao, Bonaparte, Bolívar, Trotski, Perón, Mussolini. Quizás, él, esotérico, visionario, premonitor, lo vaticinó en su antológico discurso del 8 de diciembre de 1931 cuando dijo:
Quienes han creído que la única misión del aprismo era llegar a Palacio, están equivocados. A Palacio llega cualquiera porque el camino de Palacio se compra con oro, o se conquista con fusiles. Pero la misión del aprismo era llegar a la conciencia del pueblo antes que llegar a Palacio. Y a la conciencia del pueblo no se llega con oro ni con fusiles.
Y ASÍ FUE. Desde esas frases hasta hoy transcurrieron noventa años y ni Víctor Raúl ni el APRA llegaron a Palacio ni al Poder, salvo el espejismo de supralegalidad insular que fue la Constituyente. Todos esos años están jalonados por Sánchez Cerro, el de la zoocracia y el canibalismo, según More; por Benavides, inclemente en el acosamiento de Haya, que lo enfrentaba y afrentaba desde las catacumbas de Incahuasi sin más armas que un mimeógrafo, panfletos y simbólicas molotov; por Prado, frívolo, bancócrata, último virrey; por José Luis Bustamante y Rivero, comodatario del poder que olvidó, pese a su sagacidad jurídica, quién era el dómine; por Odría, taciturno tiranuelo manipulado por una oligarquía arcaizante, y vesánica; por Fernando Belaunde, que pese a su pureza personal, resultó electo por coacción y no por acción en franca inteligencia con el militarismo; por Velasco, la figura más negra del aquelarre castrense, repetidor incruento del sacrificio del Perú, y finalmente, Morales Bermúdez, hamletiano personaje, ubicuo, indeciso, católico pero seguidor de la herejía maniquea, castigado a borrar con los pies lo que hace con la mano.
PERO todos estos hurincuzco y hanancuzco de la historia peruana hicieron antiaprismo policial mandando a los compañeros al paredón, al ostracismo o la lobera, intentando, al mismo tiempo, fingir aprismo social. Sánchez Cerro con las masas y las damas de la Parada. Benavides con el Seguro Social. Prado con su ficticio democratismo rooseveltiano. Odría con sus obras públicas y la participación de los trabajadores. Fernando Belaunde imitando al APRA en su búsqueda de interpretación autóctona de la realidad; plagiando el vocabulario, las siglas, la escenografía partidaria y hasta rodeándose de versiones mediocres de los grandes nombres del PAP, como Seoane. Y Velasco, ¡No se diga! Hablando de antiimperialismo (vociferante en público y obsecuente en privado); de Reforma Agraria (sin tierra para quien la trabaja); de González-Prada (sin saber si era filósofo, escritor o botánico); expoliando “El Comercio” (aunque fuese para hacer miroquesadismo político sin los Miroquesada). El gran expropiado fue así el APRA. Nos imitaron sin citarnos. Nos copiaron sin poner comillas.
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