Día Mundial de homenaje a las víctimas del terrorismo
La Organización de las Naciones Unidas ha institucionalizado el 21 de agosto de cada año como Día Mundial de Conmemoración y Homenaje a la Víctimas del Terrorismo. Son miles los muertos por la acción demencial del terrorismo, cuyos autores materiales e intelectuales se encuentran en una situación de marginalidad ante el sistema convencional que los rechaza y criminaliza. Al Qaeda y el Estado Islámico han sido de lejos, las organizaciones terroristas que han tenido una de las mayores participaciones en las flagelaciones a la paz y la tranquilidad de la sociedad internacional.
Llegaron a intimidar a los pueblos, principalmente en el Medio Oriente, Europa y desde luego, en los Estados Unidos de América; sin embargo, nunca jaquearon y mucho menos vencieron al mundo, a los Estados, a los pueblos, y a sus instituciones. Las acciones terroristas en cualquier parte del globo son delincuenciales y esto significa que están circunscritas a la tipificación del derecho nacional de cada Estado en los que se aplica el ius puniendi y el ius poenale, por la comisión de actos terroristas. Ahora bien.
Es verdad que en el marco de las Naciones Unidas existe una relevante cantidad de resoluciones y actos declarativos de condena al terrorismo internacional, pero, dado que el sistema internacional únicamente es coercitivo y coactivo por excepción -una diferencia sustantiva con el derecho interno-, las imputaciones en ese ámbito solamente son de condena y lamentación, quedando el monopolio del referido acto coercitivo y coactivo, en manos de los Estados que se ven directamente afectados por acción del terrorismo, salvo las acciones por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, que cuenta el monopolio del uso de la fuerza en nombre del planeta.
Para preocupación de la propia ONU, los enrolamientos en el extremismo aumentaron considerablemente en la segunda década del siglo XXI, creando un contexto de inseguridad en espacios claves del mundo. Así, los terroristas llegaron a tomar refinerías en algunos países, consiguiendo jugosos y clandestinos dividendos y, en adición, con financiamientos internacionales de origen también ilícito. Frente a ello, la idea es no permitir que los terroristas pudieran obtener beneficios directa o indirectamente, por ejemplo, de los rescates y robos –sus principales ingresos inmediatos- o de ciertas concesiones políticas que se realizaron en muy pocos casos exitosamente y en otros, fracasados y desgraciados, como sucedió con el piloto jordano quemado vivo en 2015 por el Estado Islámico.
Aunque en menor medida, también hubo encubrimientos a grupos terroristas, una práctica llevada adelante por algunos Estados que han venido actuando solapadamente “patrocinando” al terrorismo con importantes cuotas o bonos sin nada a cambio, principalmente de países del Golfo Pérsico. Las sanciones jurídicas hacia quienes cometen actos terroristas debe ser la regla. Nada más traumático para el imaginario internacional que la impunidad por el terrorismo que, al mismo tiempo será el mínimum para atenuar el dolor de las propias víctimas o de sus familiares que las lloran.
(*) Internacionalista y excanciller del Perú
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