Dimensión de la crisis
Hace pocas semanas aludí en esta columna a las diez plagas de Egipto, episodio legendario que se encuentra consignado en textos bíblicos y el cual sirve de referencia para graficar el asalto de fatalidades simultáneas a un pueblo o nación. El Perú, desde hace 7 años, tenia todos los boletos de la tragedia en las áreas política, social, sanitaria, económica y climática. Ahora, insospechadamente, se suma otra: la crisis migratoria en la frontera sur.
Y no es que el flujo de desplazados en América Latina –en particular, los de Venezuela y Haití– constituya un problema reciente por atender. Siendo antiguo el origen, sus implicancias laborales y en el sensible campo de la seguridad ciudadana, han estallado en la cara de un aparato público incapaz de responderlas de manera eficiente. Ni siquiera los escenarios similares surgidos en diferentes partes del mundo sirvieron de preámbulo experimental para la adopción de políticas estatales establecidas y convenidas en los organismos globales.
Veamos con claridad y objetividad la naturaleza del drama de los venezolanos expulsados por el gobierno chileno, y puestos sin mayores protocolos en la frontera con el Perú para un supuesto beneficio de traslado hacia su país vía un “corredor humanitario”. La fragilidad argumental mapuche sobre este punto es de tal envergadura que supondría diversas modificaciones a los términos del orden mundial en materia migratoria. ¿Le basta a un país soplar la pluma orientando a quienes juzga indeseables en su territorio hacia el del vecino? ¿Venezuela acaso no forma parte del embrollo y debería (como lo ha sugerido el excanciller Luis Gonzales Posada) enviar aviones al límite Tacna-Arica para recoger a sus connacionales? ¿Qué mecanismos eficaces de presión está utilizando la OEA, UNASUR, CELAC, Comunidad Andina de Naciones y demás burocracia rentada y parasitaria a fin de desatar este nudo gordiano?
Un conflicto así requiere mucha experiencia y prudencia. La primera servirá para no cometer los mismos errores ya hoy asumidos por países envueltos en esta perversa dinámica social de recibir gente que asegura “buscar oportunidades” cuando nada concreto aparece en el horizonte. Y lo segundo para armonizar la ejecución de acciones inmediatas con plena conciencia de rol de cada cual.
Es decir, fijar las responsabilidades específicas: Chile debe contener esta masiva ola de migrantes en la frontera, Venezuela propiciar el esquema de repatriación y Perú cumplir las normas internacionales relativas a migrantes y refugiados, absorbiendo transitoriamente lo que la precaria capacidad del país puede hacer hoy con los mismos.
La dimensión de esta nueva crisis no es poca cosa ni focalizada en el sur. Es muy grande y riesgosa para el futuro inmediato de la patria.
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