Dina Boluarte es Pedro Castillo 2.0
Dina Boluarte es Pedro Castillo 2.0. Es que, ambos son los presidentes del cambio de régimen político en el Perú. Asumámoslo: Boluarte no preside un gobierno de transición a la democracia, ni siquiera un gobierno de simple transición a otro gobierno. Lo suyo es llevar a cabo la revolución socialista a través del mecanismo de la asamblea constituyente, y de su creatura, la constitución de la república popular y plurinacional del Perú. El concepto operacional de “transición política” más utilizado en América Latina corresponde a Guillermo O’Donnell y Philippe Schmitter. En “Transiciones desde un gobierno autoritario. Conclusiones tentativas sobre las democracias inciertas”, instituyen la categoría procedimental para la política peruana de estos días: “Entendemos por transición el intervalo que se extiende entre un régimen político y otro. Las transiciones están delimitadas, de un lado, por el inicio del proceso de disolución del régimen autoritario, y del otro, por el establecimiento de alguna forma de democracia, el retorno a algún tipo de régimen autoritario o el surgimiento de una alternativa revolucionaria. Lo característico de la transición es que en su transcurso las reglas del juego político no están definidas. No sólo se hallan en flujo permanente, sino que, además, por lo general son objeto de una ardua contienda; los actores luchan no sólo por satisfacer sus intereses inmediatos… sino también por definir las reglas y procedimientos cuya configuración determinará probablemente quiénes serán en el futuro los perdedores y los ganadores”.
Cada vez más, la presidenta Boluarte se va pareciendo a Castillo. Por la forma y el fondo: Ambos tienen de proto autoritarios y de proto comunistas. Sé que muchos se dejarán llevar por las apariencias, y dirán que ellos parecen de carácter débiles, pero, para lo que verdaderamente importa, ellos representan personalidades políticas autoritarias, y hasta muy autoritarias. Es que un hombrecito y una mujercita pueden ser políticamente autoritarios, y hasta sátrapas. Hagamos nuestro el lenguaje con el que los politólogos O’Donnell y Schmitter construyen la teoría de la transición política: Boluarte no cumple con saldar las cuentas con Castillo. Bien visto, ella forma parte de los “blandos” del “póquer golpista”. Es más, por un “problema de la legitimación”, ella les dice a los “duros” que no se ha “peleado con él”. Pero, sí ha cumplido con haber “desactivado a los militares sin necesariamente desarmarlos” del todo. Finalmente, su “apertura transicional” tiene el límite natural de representar el sector de la “sociedad explosiva”.
Más aún, Boluarte está siendo disciplinada por Castillo, y por la fracción de la sociedad civil y política que lo respalda. Desde la objetivación social, se trata de una porción muy pequeña; pero, desde la subjetivación de Boluarte, se trata de una parte, o un compromiso, muy grande. Es que, ella forma parte de una sociedad política altamente coercitiva. Por ahora, Boluarte va siendo disciplinada hasta en su propio tiempo o límite de su periodo presidencial: de julio de 2026, a abril de 2024, y a diciembre de 2023. Semejante disciplinamiento la puede llevar a rearcaizarse, al punto de convertirse en la segunda fase del gobierno anterior, y convocar a una asamblea constituyente. Por lo pronto, Boluarte no operacionaliza en positivo las variables de la transición política. Más bien gobierna en negativo: No protege la república, ni la constitución histórica. No se comporta como presidenta: Es que, Dina Boluarte es Pedro Castillo 2.0.
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