Dina, no nos tortures
Bajo amenaza de distintas movilizaciones de protesta (impulsadas, como es obvio, por diferentes agendas de cuestionamiento), la presidenta Dina Boluarte dará mañana el último mensaje obligado y previsto por la Constitución con motivo del aniversario de nuestra independencia.
En circunstancias normales de vida institucional, ello debía concitar el interés ciudadano, no por el lado del recuento puntual de los logros —reales o aparentes—, sino abriendo expectativas en torno a ciertos anuncios que podrían alterar, para bien o para mal, nuestras vidas.
En tiempos del acecho terrorista y crisis económica, era previsible aguardar de quien jefaturaba el Estado medidas dramáticas e impactantes que de inmediato disparaban el precio de los productos de primera necesidad y la cotización del dólar.
Sin vivir hoy el paraíso del crecimiento y el desarrollo, el curso de nuestra economía dejó de ser hace tiempo la prioridad de nuestra atención en el discurso presidencial. La cima de las preocupaciones colectivas la ocupa la inseguridad, el imperio delincuencial de las bandas criminales y el apremio corruptible de muchas autoridades públicas. También la precariedad de las vías de transporte, el sistema de salud, entre otros.
Y, en términos gruesos, el despliegue de la minería y tala ilegales, el narcotráfico, la trata de personas, el deterioro del aparato de justicia (con una fiscalía cada vez más infame), el freno a la oferta de la vivienda social, etc.
¿Cabe esperar que Boluarte aborde mañana todos estos ítems durante cinco horas —como lo hizo el año pasado— asegurando progresos y prometiendo resultados a corto plazo? Por supuesto que sí. La tenacidad por el error o el disparate de la primera mandataria es proverbial. Pone al descubierto la obnubilación que la abruma en cuanto a entender la mecánica básica de la comunicación, algo ya evidente en su distancia de la prensa nacional y extranjera.
Si Dina tuviera lectura histórica o aplicara un principio comparativo con sus colegas del orbe, apreciaría las ventajas de una disertación breve, austera en autoelogios o listados de goles, dibujando más bien el empedrado camino que nos aguarda para ver luz al final del túnel. Comprendería que la sinceridad es más valorada cuando se reconocen las limitaciones y no cuando se exageran los triunfos.
Los parloteos largos y soporíferos constituyen en estos días de avanzada tecnología comunicacional una opción pasadista e inconducente cuando se asume la rendición de cuentas y los compromisos. En el caso de Boluarte, todo empeora por su falta de credibilidad. El nexo entre su palabra y la verdad se rompió sistemática e irremediablemente por responsabilidad de ella misma.
Por lo tanto, solo cabe invocar a Dios hoy domingo que obre el milagro de lanzar un rayo iluminador al cerebro de quien dirige este atribulado país y la persuada de economizar palabras mañana en el Congreso.
Dina, por favor, te lo imploramos: no nos tortures más con tu verbo telúrico, cansino, insustancial y demoledor de nuestra paciencia.
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