«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él»
Queridos hermanos:
Hoy celebramos el cuarto domingo de Cuaresma, también conocido como “domingo Laetare”. Este nombre proviene de las palabras del Profeta Isaías: “Alégrate, Jerusalén”. Este domingo era de gran importancia en la Iglesia primitiva, marcando un descanso en las prácticas de ayuno, oración y limosna, simbolizando un reposo de la penitencia hacia la paz.
Es por esto que el presbítero se viste con una casulla de color rosa, representando la alegría y la anticipación del paraíso, señalando el camino hacia la Pascua. Además, en este día se llevaba a cabo el segundo escrutinio bautismal de los catecúmenos.
La primera lectura nos presenta un pasaje del segundo libro de las Crónicas, donde se relata la infidelidad del pueblo de Dios. A pesar de haber sido advertidos por los profetas y mensajeros, el pueblo despreció sus palabras y los caldeos destruyeron el templo de Jerusalén, llevándose cautivos objetos preciosos.
Este relato resuena con la realidad actual, donde a menudo ignoramos la ley natural de Dios y caemos en la idolatría. Sin embargo, la misericordia de Dios sigue actuando a través de los profetas, llamándonos a la conversión y la liberación del pecado y la muerte.
El Salmo 136 expresa la nostalgia del pueblo de Israel en Babilonia, recordando su tierra y su nación. Este Salmo es un lamento por la pérdida y un anhelo por regresar a Jerusalén. En nuestra situación actual, también podemos sentirnos desterrados de nuestra verdadera patria, pero recordemos que la Iglesia es el nuevo Jerusalén, y en ella encontramos consuelo y esperanza.
En la segunda lectura, el apóstol San Pablo nos habla de la gracia de Dios que nos ha amado incluso cuando estábamos muertos por nuestros pecados. Esta gracia nos ha hecho vivir con Cristo, y es un regalo gratuito que nos salva. Aunque a menudo nos encontramos en situaciones difíciles, San Pablo nos recuerda que estamos sentados en el cielo con Cristo y que somos salvados por pura gracia.
En el Evangelio de Juan, Jesús habla a Nicodemo sobre la necesidad de ser elevados, así como Moisés elevó la serpiente en el desierto. Jesús revela el amor infinito de Dios al entregar a su Hijo único para nuestra salvación. La serpiente de bronce en el desierto es figura de Cristo en la cruz, y al mirarla, somos curados de la mordedura del pecado y la idolatría. Jesús nos llama a creer en Él para tener vida eterna y evitar el juicio.
En este tiempo de Cuaresma, caminamos hacia la Pascua con la esperanza de la resurrección. Recordemos que la luz ha venido al mundo, pero a veces preferimos las tinieblas debido a nuestros malos actos. Que esta luz de Cristo disipe las tinieblas de nuestros corazones y nos guíe hacia la vida eterna.
Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con todos vosotros. Amén. Oren por mí que soy un pecador.
+ Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.