Discurso de daño
Hay un debate que se lleva a cabo en la actualidad en todo el mundo: discurso de odio vs. libertad de expresión. Es una gresca que tiene como escenario el plano digital, donde se discute acerca de lo que debería estar permitido y no decir en las plataformas que han reemplazado al ágora de antaño, en materia política, económica, cultural y social.
El imperio de la corrección política reduce en aumento lo que está permitido decir. Cada vez son descartados nuevos temas, porque algún individuo o colectivo minoritario se siente “atacado” u “ofendido”. Expresarse libremente no traía consigo un miedo tan superlativo desde la segunda mitad del siglo XVI. Vivimos una caza de brujas 2.0, donde no hay mejor posición moral que la del inquisidor apresurado.
Es cierto que sí hay temas con profundo odio racial, sexual y xenofóbico. Pero son pronunciados por grupos minúsculos que son ingratos con el aprendizaje histórico del siglo XX; sin embargo, hay un tipo de discurso que preocupa más y del que no se habla: el discurso de daño.
Los abanderados del discurso de daño son los primeros en denunciar el odio de sus opositores sin juicio, y al hacerlo, se están apropiando de los valores opuestos, como el amor, la tolerancia y la inclusión. Si el mensaje se disfraza de divinas cualidades, es casi imposible detenerlo.
Promover el comunismo es ahora un acto de bondad, porque el capitalismo tiene una connotación de odio. Pero no por orden natural, sino por la imposición de los susodichos colectivos, quienes, en su calidad de superioridad moral autopercibida, expulsan la defensa de la propiedad privada de la corrección política.
Sucede lo mismo con la hormonización y mutilación infantil. So pretexto de “sano desarrollo” y “afirmación de género”, los padres pueden llegar a perder la patria potestad de sus hijos, dejando que se sometan a procedimientos que dañarán su integridad física y mental para siempre. Los hijos ya no son de los padres, sino del Estado. Celebra Marx.
Los niños pierden su inocencia y se les adoctrina con hipersexualización a muy pronta edad. Nuevamente, resuenan las palabras de inclusión y tolerancia, muy llamativamente, pintadas en una paleta de 7 colores. Esta vez, además, amparadas por la ONU. Lo social, lo político y lo económico se unen para defender una aparente causa noble.
Estos discursos no solo están permitidos en todas las plataformas, sino que son celebrados y favorecidos con sus parcializados algoritmos. Para una generación, desesperada por la atención en divisa de “likes”, los promotores del daño tienen un aparente campo llano. Pero la esperanza no está perdida. El primer frente para dar la batalla cultural es en la casa. Con la enseñanza de valores. Es en la familia. Que no te la arrebaten.
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