Dolor y tragedia en nuestra patria
Nuestro país sufre horas muy tristes. Cuervos y aves malagüeras nos están invadiendo, han llegado en bandadas y tomado por asalto los techos de las casas de toda la ciudad y se están tragando los corazones de las gentes. Para dejar constancia de que estamos bajo su reinado, van sobrevolando todas uniformadas a ras del suelo, como quien desfila, anunciando con su canto fúnebre que es la hora de la parca. El sufrimiento y el llanto de las familias es indescriptible. No hay consuelo alguno que pueda aplacar tremenda pena y no hay cómo describir a nuestra patria. “No se puede apagar con saliva mi pueblo ardiendo / no se puede pegar con palomas mi patria rota”, escribió Manuel Scorza, tratando de entender a la tristísima patria. Las familias imploran detener la masacre, pero el oído sordo de la parca arrecia con más fuerza disparando sin cesar a quienes lloran a sus muertos.
En los Andes están de duelo, estamos de duelo. Pero en la insensible ciudad, los hombres venidos no sé de dónde, no creen, no se conmueven y asienten que los muertos no están muertos. En las pantallas apostadas en los muros de la vergüenza se vende el mensaje que, para ser reconocidos como tales, deben de cumplir con todos los requisitos que la Constitución y las leyes dictan al respecto, tratan como si fuese un caso “intrascendente, sin importancia ni urgencia”. Y en el “honorable” Congreso de la República estas muertes no son noticia y mucho menos asunto que los indigne. Pareciera que deben de cumplirse con trámites administrativos, para certificar que los muertos están muertos. Así de grave e indignante está la situación en un gran sector de nuestra ciudad, en esta Lima, donde el corazón de muchos ya no palpita e ignoran la tragedia de nuestros connacionales en ciudades del interior del país.
Una parte de esta Lima es esclava de la indiferencia, es esclava de los pregoneros que celebran y aplauden la indolencia a los cuatro vientos, porque ellos gozan de inmunidad. Solo falta que nos prohíban llorar y enterrar a nuestros difuntos. Están perdiendo la condición de humanos, no les conmueve la tragedia y se van normalizando las muertes como pan de cada día y no es posible que, quien ostenta la banda presidencial siga gobernándonos sin inmutarse para nada con tamaña tragedia. Sin lugar a dudas, más temprano que tarde será juzgada por delitos de lesa humanidad. Esto ya es demasiado, es hora de su retiro.
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