Domingo V de Cuaresma
Queridos hermanos, estamos ante el domingo V del tiempo de Cuaresma. La primera lectura es del Profeta Isaías. ¿Qué nos dice el profeta?: “Esto dice el Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, la tropa y los héroes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo”. Aquello que está brotando es Jesús de Nazaret, que quiere resucitar en tu vida, quiere dar un sentido a nuestras vidas, hacernos felices aceptando nuestra historia. El pasado no debe importarnos, no miremos atrás, mira a aquel que te ama. Nuestro pueblo está sediento de Dios. “Porque pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo elegido”, así nos dice Isaías. Dios quiere apagar la sed de su pueblo, pero ¿Qué sed tiene su pueblo? Tiene sed de Dios.
Respondemos a esta lectura con el salmo 125: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas”.
La segunda lectura es de la carta de san Pablo a los Filipenses: “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos”. Que importante es hermanos, que en esta Cuaresma podamos morir a nosotros mismos, nuestro yo, nuestro orgullo, nuestro carácter. Y resucitar con Jesús. Fijémonos, como termina esta carta San Pablo: “Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacía el premio”. San Pablo es muy claro: Pasó lo viejo ahora todo es nuevo, hermanos.
Hermanos, el evangelio de San Juan es una auténtica revolución: “Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Los escribas y fariseos, doctores en la ley, acusan a esta mujer y preguntan a Jesús ante la apariencia de piedad, quieren ver cuál es la respuesta de Jesús. Lo que querían era buscar que Jesús caiga en una equivocación, pero, ¿Qué responde ante esto, Jesús?: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Y ¿Cuál es el pecado más grande que poseemos y que frena el progreso de la Iglesia? La hipocresía. Frente a ella, Dios ha hecho la revolución más grande que pude existir, vivir en la verdad. Démonos cuenta que vivir en la hipocresía, la difamación y juicios por lo demás, estamos deteniendo la conversión, el progreso de la Iglesia. Los pecados que existen hoy, nacen de la hipocresía. Entonces, conviene preguntarnos ¿Qué es la hipocresía? Mentir, aparentar ser quien no eres, como ser buenos cuando en realidad eres un asesino, no reconocer tus pecados. Hermanos, como Jesús ejerzamos el perdón: “Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”.
Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. Esta es la voz que nos invita a confesarnos. Todos somos pecadores, obispos, sacerdotes, laicos, pero este tiempo cuaresmal es un tiempo propicio para confesar nuestros pecados y veremos cómo el Señor aparecerá con fuerza. Que la bendición de Dios esté con ustedes.