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Dos poetas piuranos, Salaverry y Merino Vigil

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Fecha Publicación: 24/02/2025 - 21:20
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Nadie duda en señalar a Carlos Augusto Salaverry como el iniciador de la poesía republicana en nuestros lares. El poeta viene con su melancolía a mi mesa de trabajo. Arriba de Lancones, de Sullana, de Piura, de París, de las lágrimas de Ismenia Torres, de la parálisis, de todo lo perdido en el vaivén de los años. Hay un rumor de sables el día de su nacimiento, la tranquilidad de los algarrobos en las tardes del verano, el dolor de una madre que se separa de su vástago y las intrigas toda la vida de los gobiernos y de los militares. Muere su padre Felipe Santiago fusilado y le queda la convicción de que la vida solo es un conjunto de dolores supremos. Los recuerdos, dice, son mentiras del pasado, y las esperanzas, mentiras venideras. Nadie cantó en Sullana, en Piura, con tal dulzura, con tanto afecto y nostalgia por lo perdido. Somos lo que fue, el ayer, lo desdichado, la súbita iluminación de lo amado en lo más lúgubre. Hubieron de pasar muchos años, para que nacieran en Piura otros líricos notables. Sin embargo, a Salaverry poco se le leyó en vida.
El primer poeta que pude conocer en mi pubertad, en los años cincuenta del siglo pasado, poeta de verdad, fue Juan María Merino Vigil, casi un desconocido en la literatura peruana, natural de Ayabaca, ciudad que casi nunca abandonó salvo para largas visitas a Piura y Lima. Nacido en 1906, fue, según dicen, un profundo conocedor de la tradición literaria y un escritor muy fino, como podemos advertirlo por el poema que ha llegado hasta nuestras manos titulado “La golondrina”.
Yo soy como esa golondrina
que ha cortado los oros del espacio.
Saeta que vuela al infinito
azul de los profundos cielos.
Tiembla la negra noche por llegar
pero todavía quedan para mis ojos de la tarde
azules eternos del espacio.
Yo soy mi tiempo que vuela en espacio
quebrando los oros vespertinos.
Yo soy ese pequeño pájaro efímero.
Se necesita vivir con mucha intensidad para poder concentrar en pocas líneas la imagen exacta de la vida humana. Merino Vigil decía algo que me concernía y era mucho más intenso que casi todos los autores que estudiaba en la escuela. Andando el tiempo, me pude enterar de que fue un amigo cercano de José Carlos Mariátegui, que fue accionista de la revista Amauta y que era muy respetado en los círculos literarios de Piura.

Por Marco Martos

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