Educar para la incertidumbre
Educar para la incertidumbre susurra más a titular de primera plana o eslogan de un programa que a propósito educativo. En efecto, por más sugestivo que suene en el presente, los motivos que la animan se alimentan en una percepción pesimista y poco esperanzadora del futuro, que finalmente termina contagiando a quienes se pretende educar para que distingan, acepten y gestionen. En efecto, a los jóvenes se les sitúa en un mundo incierto —¿será así como lo ven o lo viven los adultos?—, sin certezas en las relaciones interpersonales, sin verdad en el conocer, donde el subjetivismo supera al realismo en la aproximación a las cosas. Un mundo en el que no existen contornos, cauces, mapas ni señales, que fluye invariable, sin norte ni dirección.
Si no hay nada previsible, ¿qué sostiene a la trama social, a los principios de las instituciones y a los protocolos de convivencia? Si la incertidumbre prima, la vida cotidiana, sin costumbres ni trazos, sería un farragoso y continuo aprendizaje. Por último, ¿a dónde nos dirigimos si todo cambia? Si todo cambia, si todo es incierto, se desconoce el camino; por tanto, es irrelevante cómo vayamos. Lo que sí puedo apuntar es que los patrocinadores del cambio a ultranza terminan cuestionando o banalizando el valor del presente y de la historia. Los expertos vaticinan que en diez años se crearán – y, por contra, muchos desaparecerán – inéditos o inexistentes puestos de trabajo.
Tengo mis dudas sobre si dicho enunciado pueda entusiasmar a los jóvenes. Sin pretender ser exhaustivo, levanto las siguientes inquietudes: si se desconoce la esencia y las características de los no creados puestos de trabajo, ¿cómo se podrán preparar adecuadamente para competir?, ¿qué centros de estudios superiores ofrecen esas especialidades? ¿En qué ocuparán su tiempo en el presente? Si un joven estudia una determinada carrera hoy, ¿le servirá para su futuro laboral? Pero si no tiene certeza alguna, se verá en la tesitura de matar su tiempo hasta que se encuentre cara a cara con el problema de ubicarse profesionalmente. ¡Los mejores años para desarrollar la personalidad y dibujar los talentos son los de la juventud! No obstante, si se educa bajo la premisa de que todo es incierto, ¡cuánto pierden los jóvenes y, por extensión, la sociedad!
El hombre, más que incierto, es imprevisible: puede – desde su condición de persona esencialmente libre – elegir entre muchas y variadas alternativas u opciones. En este sentido, las coincidencias en puntos de vista; la aceptación-comprensión o no de las actuaciones o actos de aquellos con quienes se interactúa no son resultado del azar, son gajes de nuestra libertad. En suma, lo que hace incierto al mundo es que la libertad tiene consecuencias en un sentido o en otro, razón por la cual existen las leyes positivas, la moral y la ética precisamente para orientarla y encauzarla hacia la búsqueda y respeto del bien común. De este modo, la llamada incertidumbre se atempera y posesiona en su justo medio. En la formación de las personas, las familias y la escuela ponen certezas y seguridades.
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