El abuelo abogado, lógico y criollo
Si creemos que la filosofía, las matemáticas y el derecho están divorciados, recordemos la “paradoja del abuelo”, donde el viajero en el tiempo elimina a su propio abuelo y, por lo tanto, elimina su propia existencia. Algo así como lo que vemos en el Perú: creamos instituciones para matarlas, aprobamos leyes para incumplirlas y elegimos autoridades para vacarlas. Una criolla versión del viaje en el tiempo que no necesita máquinas, solo un poco de descaro, una norma del Congreso o una resolución judicial o administrativa.
La “paradoja del abuelo”, formulada por René Barjavel en Le Voyageur Imprudent (1943), cuestiona la lógica de alterar el pasado, ya que uno mismo puede desaparecer en el intento. Traslademos esto a nuestra historia: el Perú ha tenido doce Constituciones (1823, 1826, 1828, 1834, 1839, 1856, 1860, 1867, 1920, 1933, 1979 y la famosa de 1993), cada una intentando “matar al abuelo” anterior, borrar errores, pero también su legado.
¿El resultado? Un Estado que se reinventa con cada crisis, sin consolidar instituciones sólidas. Jorge Basadre lo dijo sin ambages en Historia de la República del Perú (1968): nuestro país es “un problema y una posibilidad”. Problema, porque repetimos la paradoja de fundar instituciones para desconocerlas. Posibilidad, porque tenemos la chance de romper el ciclo.
Si Barjavel pensaba en viajes en el tiempo, nosotros vivimos viajes jurídicos. Por ejemplo, tras la caída de Fujimori en el 2000, el Congreso aprobó reformas constitucionales para fortalecer la democracia. Veinte años después, ese mismo poder disuelve gabinetes, negocia blindajes y convierte la vacancia en hobby. ¿No parece que quieren “matar al abuelo” que nos dio vida democrática?
Otro viaje fue la creación de la ONPE, el JNE y el RENIEC para transparentar elecciones. Luego los sometimos a cuotas políticas, denuncias de fraude y campañas de desprestigio. Como señaló Samuel Abad en Derecho Procesal Constitucional (2019), el Estado peruano vive atrapado en un ciclo de construcción y demolición que mina la confianza ciudadana.
En teoría, la paradoja del abuelo no tiene salida: si lo matas, no existes. Pero en el Perú prima la criollada: puedes matarlo, seguir vivo y hasta heredar. Ocurre cuando legalidad y legitimidad son manipuladas. Hans Kelsen planteó que la validez de una norma depende de otra superior. Aquí, la pirámide está invertida: la política subordina a la Constitución.
Vivimos en la indefensión aprendida descrita por Seligman (Helplessness, 1975): protestamos por corrupción, pero votamos por el mal menor; clamamos justicia, pero pagamos para obtenerla; proclamamos democracia, pero celebramos vacancias express.
Solo saldremos del ciclo fortaleciendo instituciones sin destruirlas cada cinco años. El derecho debe ser pacto común, no arma coyuntural. Cuidemos lo que tenemos o terminaremos sin abuelo, sin nietos y sin historia.
(*) Abogado, docente universitario, consultor legal
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