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El adiós

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Fecha Publicación: 10/11/2020 - 19:50
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Tengo para mí (una bella expresión que ya no se usa lamentablemente) que las despedidas constituyen el núcleo de la existencia humana. Y es lo lógico ya que la característica principal de nuestro estar y ver en el mundo, es la caducidad: todo pasa, todo es efímero… vivir es despedirse. Si hasta las vidas más dilatadas y útiles alcanzan nada más que para aprender a vivir, como escribió García Márquez, entonces ni siquiera eso aprendemos a hacer bien. Adiós es nuestra palabra cotidiana. Adiós, mientras el apego nos hiere sin remedio.

Desde la perspectiva de El Profeta podríamos repetir que en el mundo real del espíritu sólo hay encuentros y nunca despedidas. Pero decimos adiós, día tras día, frente a alguien o algo, frente a un nombre o a un horizonte que quisiéramos perpetuo. Frente a todas las cosas y los seres que anhelamos que se queden con nosotros.

Lo que el viento se llevó es el título de una despedida. No me preguntes cómo pasa el tiempo, es otro. Lo que más recitamos es el réquiem, el kadish, la canción no es más que un hasta luego cuando sabemos que es un hasta nunca. La incertidumbre del destino que le hace decir al poeta de los dones: “Si para todo hay término y hay tasa/ y última vez y nunca más y olvido/ quién nos dirá de quien en esta casa /sin saberlo nos hemos despedido.”

A partir de nuestra condición, todo adiós intenta ser una esperanza. Por eso le dice Borges a su Dios que “es sólo un vocativo”: “No de la espada o de la roja lanza/ defiéndeme sino de la esperanza. Defiéndeme, también le implora Ginsberg ante la tumba de su madre: “Encerrada bajo el pino/ limosneada en la tierra/ embalsamada en soledad/ Jehová, acéptala!”

El apego nos hiere. Pero qué somos sin él. Quisiéramos como los monjes budistas o los yoguis, estar en la ruta de la iluminación buscando un árbol que se parezca a aquel en que el Bendito encontró la luz que no se apaga, pero nos abrazamos a las sombras, nos encantan los laberintos y los túneles, podemos dar cualquier cosa por seguir teniendo el amor a nuestra vera, por que haya un palmo de tierra verde en donde recordar con flores a los nuestros.

La palabra adiós evoca muchos lugares, casi todos. Sin embargo hay dos precisos, casi emblemáticos: los aeropuertos y los hospitales. Por eso, alguien ha dicho que los primeros ven besos más sinceros que las bodas y los muros de los segundos escuchan plegarias más reales que los templos.

Se van. Nos vamos. Casi todo es lejanía, ausencia, nostalgia. En el pedregal o en la loseta reluciente se van borrando los pasos. Nada nos salva, ni siquiera el amor. Por eso Yupanqui rasga su guitarra y musita: ”Me acusas de no quererte, no digas eso/Tal vez no comprendas nunca por qué me alejo/ Es mi destino, piedra y camino/ De un sueño lejano y bello soy peregrino.”

Piedra y camino: la querencia que amamos y al frente el sendero sin fin. No es más que un hasta luego. No es más que hasta siempre.