El Almirante
Inolvidable personaje el almirante Luis Giampietri Rojas, submarinista, fundador de la Fuerzas de Operaciones Especiales (FOES), cuerpo élite de la Marina de Guerra que combatió al terrorismo durante tres sangrientas décadas.
Giampietri no dio tregua a los extremistas ni a sus cómplices, abiertos o soterrados, entre estos medios de prensa y adineradas ONG bancadas por financistas respaldados por magistrados medrosos y por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA que, recientemente, reabrió los casos de los subversivos Polay y Artemio, a pesar de que la propia Corte determinó que se había respetado el debido proceso.
Lo acosaron con saña, calumnias y diatribas, manteniendo abierto 37 años un proceso judicial por su intervención en El Frontón y, más adelante, por la hazaña –por el hecho heroico, diríamos mejor– de ser artífice de la liberación de 72 rehenes retenidos por el MRTA durante 126 días en la residencia del embajador del Japón.
En esas complejas circunstancias, mientras Toledo abandonó la residencia cabizbajo y Sagasti hizo lo mismo luego de cometer la infamia de solicitar su autógrafo al emerretista Cerpa Cartolini, el almirante se quedó en la casona para organizar la resistencia y después liderar la liberación de los cautivos.
El rescate no hubiera resultado exitoso si Giampietri no establecía una ingeniosa comunicación con los servicios de inteligencia combinando crucifijo, beeper y un marco de madera con la imagen del Señor de los Milagros. Así pudo informar a los comandos dónde se encontraban subversivos y rehenes, advirtiendo el momento oportuno para la intervención militar.
Su libro Rehén por siempre revela detalles de esa memorable gesta, llevada al cine con el nombre de Operación Chavín de Huántar: el rescate del siglo.
Conocí a Giampietri en casa de su vecino de La Punta, el pesquero Isaac Galsky, que nos invitó a almorzar con Alan García.
Alto, corpulento, de trato afable y vasto conocimiento sobre pesquería por su experiencia naval y por jefaturar el Instituto del Mar, Imarpe, Giampietri captó la atención y simpatía del presidente García.
Al salir de la reunión, comentó entusiasta: “Será nuestro candidato a la primera vicepresidencia porque es una persona principista y digna”.
No se equivocó. Durante los cinco años de gobierno lo acompañó con lealtad, eficiencia, representándolo en diversos eventos internacionales. Mantuvieron una relación cálida y respetuosa que se extendió más allá de la política.
Cantaban, intercambiaban bromas y reían.
Varias veces fuimos a su casa a comer los tradicionales platos italianos que preparaban todos los 30 de diciembre, víspera de su cumpleaños.
Lo recuerdo contrito, abatido, en el funeral que tributó mi partido, el APRA, cuando Alan prefirió morir antes de entregarse al vejamen preparado por el diminuto fiscal JD Pérez, que envió un siniestro adjunto a detener al exmandatario acompañado de camarógrafos del canal 4 de TV para captar la escena del líder aprista enmarrocado y con una humillante casaca con las letras de “DETENIDO”.
Se fue Giampietri y recibe el fraterno homenaje de la nación, del corazón de los demócratas, civiles y militares.
El Gobierno atendió - finalmente- el clamor ciudadano y decretó duelo nacional. Sorprende, sin embargo, que no lo velaran en la Escuela Naval sino en la discreta capilla del hospital y que el comandante de esa institución, vicealmirante Luis Polar, no retornara de Sevilla, España, donde asiste a un certamen de ingeniería.
Así es la vida.
A ellos nadie los recordará; pero a Giampietri, sí, por siempre. Y no dudo que calles y plazas llevarán su nombre porque al honrar al gran marino, honramos a quienes dieron su vida luchando contra la subversión .
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