El antifujimorismo post-Fujimori
Si hay un consenso casi general sobre la muerte de Alberto Fujimori (AF) es que con él termina una etapa de enorme significado en la historia política peruana. Para bien y para mal. Y es que no ha habido quien haya superado su influjo en torno a los años de gobernante como en los escenarios —sin duda polarizantes— que emergieron luego de su salida del poder hace 24 años.
Mucho se dirá en estos días y en lo que venga sobre sus innegables errores, sus delitos pero también sobre sus aciertos. Después de todo, como cualquier mortal en el plano político, luz y oscuridad definen una trayectoria. Y en este caso aun más cuando al evaluado le tocó el reto de gobernar un país tan complejo y difícil como el Perú.
En lo inmediato han arrancado ya los debates sobre cuál será el futuro del fujimorismo. Aquí los sesgos parecen volver a pronunciarse; y quizá caen en un error quienes calculan su gradual desaparición. La enorme presencia de la población solo en la capital despidiendo a AF muestran una vitalidad potencialmente endosable a sus herederos políticos si, entre otros factores, reactivan estratégicamente con eficacia (hay por ejemplo un bolsón considerable entre los jóvenes conservadores democráticos —desde el centro hacia la derecha— y prosistema dispersos a nivel nacional). Evitar imprudentes sectarismos y populismos antirreformistas en materia política, social y económica (sobre todo hoy que la gente recuerda la importancia de las reformas liberales, aunque incompletas de los noventas) también es parte de los condicionantes. No es forzado decir, de paso, que si AF fallecía cerca al 2026 teniendo a Keiko como candidata, Fuerza Popular ganaba las elecciones con cierta holgura. En fin, hay muchas variables aún en juego.
Pero hay otra pregunta inevitable cuando se habla del fujimorismo: ¿cuál es el futuro de su contraparte, del antifujimorismo? Hace cuatro años hacíamos un breve diagnóstico sobre esta dicotomía fangosa que dio forma tóxica al sistema de conflictos peruano sobre todo desde la llegada de Ollanta Humala y Nadine Heredia a la presidencia en 2011 (ver: "El pantano del fujimorismo-antifujimorismo". M. Lagos. 18/1/2020). La situación ha cambiado, drásticamente. Y esto se verifica además con la limitada capacidad de movilizacion en calles y plazas de los antagonistas de AF. En esa línea, al antifujimorismo ya no le sería tan fácil instalarse como los "árbitros" del proceso político por haber sido los garantes políticos de cuanto pillo presidencial apareció post-2000. Esta condición es clave pese a que suele obviarse en los análisis políticos. Hasta en el terreno de la manoseada "lucha anticorrupción" de la que el antifujimorismo hizo gala con soberbia selectiva, tiene hoy serias limitaciones. "Quienes apoyaron al corrupto Toledo, Humala y Nadine, Villarán, PPK, Vizcarra, Castillo y Cerrón no pueden criticar a Alberto y Keiko", decía en 2023, no sin razón, una activa dirigente popular en Huaycán. Un pensamiento, una percepción mucho más extendida de lo que se cree, más allá de la capital y del tradicional "voto duro" fujimorista.
El antifujimorismo profesional y visceral, que hasta llegó a hacer presidente al prosenderista corruptor Castillo en 2021 sin ningún rubor, confiaba poder reimpulsarse política y electoralmente con la reciente aparición de un Alberto Fujimori libre en la escena política. Es decir, lo odiaba y lo necesitaba a la vez (tanto como requiere que Martín Vizcarra siga impune y alejado de las portadas al menos hasta después de las elecciones). Ese plan se ha caído, de una u otra forma. Así, el antifujimorismo también está de duelo político. Ha partido pues quien daba sobrevivencia a las narrativas que les facilitaba conservar y recuperar "jugosos" espacios de poder dentro y fuera del Estado. ¿Cómo reacomodarán la estrategia ahora? Veremos.
