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El arte de cuidar

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Fecha Publicación: 07/10/2022 - 21:30
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Con el levantamiento del uso obligatorio de la mascarilla decretado por el Ministerio de Salud, la covid-19, enemigo pérfido y feroz, se bate en retirada. Lecciones, aprendizajes, penas, sufrimientos, reconocimientos y agradecimientos muchos. Con el paso de los días, la objetividad y serenidad que otorgan perspectiva, permitirán identificar y valorar –personal y socialmente– las experiencias vividas. A mí me gustaría dedicar unas líneas a todos los profesionales de la salud, aunque en esta oportunidad me centraré en las enfermeras, quienes basan su prestancia profesional en la dedicación al cuidado. El sujeto de sus preocupaciones y ocupaciones es el enfermo, pero no el universal sino un quién, una persona con nombre y apellidos. La enfermedad no solo es expresión de haber perdido o de que se deteriore la salud; también, de un modo misterioso, aparecen el dolor y el sufrimiento como acompañantes inesperados. La condición de dependiente y de frágil toma visa de ingreso en la propia conciencia, más todavía cuando se tiene la convicción de que el hombre mismo no puede –por sí y ante sí– sanarse; curarse, recuperar la salud o aliviar el dolor, es competencia y cuidado de un “otro” que suele ser un especialista.
En un hospital, los pacientes no solo coinciden en la densa espera; también, sin restaures ni emperifollamientos que distancian en humanidad, que trasluce lo más valioso del ser humano, su condición de persona, quien es capaz de remontar su sufrimiento para recepcionar solidariamente a un quien, como él, también padece. Alrededor del paciente, la ayuda y empatía de la enfermera van recordándole su condición de persona, aunque enferma. Postrado en cama, aguardando que la naturaleza haga lo suyo o que el médico determine la siguiente acción, sumido en sus pensamientos, buscando darle color al tiempo que no acelera su ritmo; incómodo por la realización de un procedimiento o con un dolor sordo que clama alivio; en una posición corporal que prevalece por disposición médica y anhelando un cambio, etc. Estas y otras molestias hacen sentir al paciente desprotegido y frágil. Sensación que suele desaparecer cuando la puerta de la habitación se abre y aparece revestida con el atuendo que la distingue, porte que manifiesta seguridad y serenidad: la enfermera. ¡Es en este preciso momento en que la espera se convierte en esperanza! La relación con el paciente es eficientemente profesional, es personal, es capilar y, sobre todo, un servicio de cuidado. La enfermera acoge al enfermo en su indigencia: lo escucha, lo asea, le da de comer en la boca, lo atiende en sus necesidades fisiológicas, lo arropa, lo anima y lo calma. La profesional de la salud tiene esa buena actitud sin hacer excepción de personas y, además, la realiza al margen de sus propias limitaciones, dolores o preocupaciones. Para la enfermera, la relación con el paciente es siempre novedad, a pesar de que cotidianamente –por su labor– palpe el dolor humano. Para el paciente, el contacto con ella es un bálsamo de humanidad y, por qué no, de ternura. ¡Cuánto por agradecerles!

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