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El arte de la enseñanza

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Fecha Publicación: 24/01/2025 - 21:00
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El propósito es intentar hacer de cada clase: ¡la clase! Además del propio talento, invertir tiempo y estudio en prepararla ayuda mucho. De este modo, la enseñanza tendrá ese matiz de novedad y atractivo porque el docente añade valor —porque ha pensado y reflexionado— a la materia que dicta, moviendo a la inteligencia del alumno a descubrir nuevas relaciones.
Para que los alumnos actúen como intelectuales, se debe incentivar la autonomía en el pensamiento, de modo que prueben métodos propios, puedan conceptualizar para aprender —más— por sí mismos. Crear las oportunidades de aprendizaje implica que el docente observe reflexivamente su propio quehacer en el aula y la forma en que diseña las ‘situaciones didácticas’ conducentes a que los alumnos ‘se apropien del saber’. Para ello, una clase no debe ser completamente expositiva; es conveniente crear el conflicto cognitivo. El argumento, la exposición de ideas, el trabajo con el concepto deben ser prácticas corrientes en las aulas.
La intención de la enseñanza es procurar que el estudiante vaya descubriendo la evidencia intelectual que constituye el pensar. Su curiosidad no siempre se satisface con nociones, apela al ‘ajá’, a esa “chispa luminosa que, al encenderse, aquieta toda inquietud propia del espíritu investigador del niño y el joven” (García Morente). Para activar esa chispa, el docente debe conocer con suficiencia lo que transmite, pero con un ‘saber pensado’, que es la evidencia intelectual que arde en el espíritu cuando se verifica el acto de pensar.
El docente prepara una clase con lo que sabe, con su modo de enseñar, con sus concepciones sobre la ciencia que enseña, como se la han enseñado y según cómo lo ha entendido; dicho de otro modo, la ‘transposición didáctica’ obedece a ciertas características contextuales, tanto del profesor como de la institución de la que forma parte. El ‘saber’ siempre es contextualizado. La enseñanza ‘tiende’ a acercar a los alumnos al saber, tal como lo conciben las diferentes disciplinas, pero ello dependerá de las circunstancias y características propias de la institución. Por ello, un buen profesor siempre medirá la forma de decir las cosas, y la forma en que decide enseñarlas y establecerlas se le denomina ‘institucionalización del saber’.
Pensar es ver, sin que haya lugar a duda, que algo es lo que es. Sin embargo, esa íntima evidencia intelectual que constituye el pensar y, por consiguiente, el saber auténtico, es radicalmente incomunicable. En este sentido, la labor docente radica en conseguir, a través de demostraciones, razonamientos, ejemplos, etc., que esa chispa de la evidencia se encienda en las mentes de los niños y jóvenes. Por eso, el trabajo intelectual que el docente realiza previo al dictado de sus clases coloca —por efecto— al estudiante en los caminos de la metacognición. Para conducir a los alumnos por la vía del pensar es condición que el docente primero la haya trajinado. La especialización no riñe con la sabiduría: siempre se pueden encontrar novedades en la materia que se imparte. Lo de siempre —y lo nuevo— despertarán y atraerán el interés si el docente lo presenta como su saber pensado.

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