El arte del engaño
En 1974 se publicó “Archipiélago Gulag” de Alexander Solzhenitsyn, quien cuatro años antes ya había obtenido el Nobel de Literatura; a pesar de que fue un éxito rotundo, los dirigentes de los partidos comunistas del mundo entero negaron la existencia de los 427 campos de concentración y exterminio creados por el régimen soviético para eliminar a adversarios y disidentes; pero también hubo centenares de intelectuales y artistas “progresistas” que arriesgaron su prestigio a cambio de pequeñas dádivas, como subvenciones e invitaciones a eventos internacionales; ellos prefirieron negar lo evidente a cambio de mantener su estatus privilegiado. En la década siguiente era obvio que el comunismo y el nazismo eran perspectivas hermanas, ambas tributarias de la ideología totalitaria que no duda en utilizar las necesidades y los temores del ser humano para acumular poder y construir sociedades vaciadas de libertad.
El retorno del comunismo tuvo que adecuarse a la modernidad, siguiendo a marxistas iluminados como Gramsci y Marcuse. Por ejemplo, el lógico deseo de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres fue utilizado para generar lucha de sexos, primero, y luego desviado hacia la ideología de género, que parte de la negación de aspectos biológicos y científicos para afirmar que basta la autopercepción para tener el género que se desee, sin que nadie pueda ponerlo en duda, a riesgo de ser procesado y condenado por jueces obligatoriamente adoctrinados por organizaciones que lucran con el dinero público, a cambio de servir al engranaje ideológico. Un reciente escándalo silenciado por los medios fue descubrir que entre los financistas del Sistema Interamericano de DDHH figuran centros internacionales que no solo viven de la ideología de género y del aborto sin limitaciones, sino que patrocinan causas ante la Corte y la Comisión, con singular éxito, por cierto. Es como si se descubriera que el Poder Judicial fuese oficialmente financiado por algunos de los principales estudios de abogados de Lima.
El congresista Muñante se salvó, por pocos votos, de la denuncia por difundir un letrero sugiriendo que biológicamente solo hay dos sexos, lo que para la ideología de género constituye un “discurso de odio”. Stalin hubiera celebrado la feliz ocurrencia de poder condenar al exterminio en Siberia a intelectuales adversarios, por “odiar” su totalitarismo, la ideología supresora de las libertades. Es políticamente brillante destruir la libertad de creencia y de expresión, dando la imagen que, al censurar las redes sociales, quitar la tenencia de sus hijos a los padres infractores, o expulsar de la cátedra al intelectual disidente, se está defendiendo los derechos de las minorías.
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