El arte del pesimismo
Por mucho tiempo creí que el personaje de don Pésimo, brillantemente interpretado por Alex Valle en los programas cómicos de la televisión peruana durante la década del 70 del siglo pasado, era inspiración nativa y calzaba a la perfección con ese segmento de compatriotas inclinados a ver siempre el lado malo de las cosas o —como siempre se dice— el vaso medio vacío y no medio lleno.
Supe mucho después que había sido extraído de una tira cómica española hecha popular una década antes y donde alternaba con don Óptimo, el hombre pícnico, afable y positivo, dado a corregir las visiones depresivas de su amigo. Aun así, ambos tipos caricaturizan los extremos de una conducta muy común en nuestras sociedades.
Traigo a cuento a los don Pésimo viendo la suma de críticas que acumula el nuevo aeropuerto internacional Jorge Chávez y las escasas referencias a que se trata de un terminal aeroportuario del primer mundo, con doble y hasta triple infraestructura al servicio del creciente flujo de pasajeros movilizándose por y desde nuestro país.
Y con ello me viene a la memoria las invectivas que recibió Luis Bedoya Reyes cuando tomó la sabia decisión de convertir la ya desordenada avenida Paseo de la República (donde transitaban automóviles, camiones y tranvías) en una vía expresa que uniera el centro de Lima con el sur de la capital. No solo se calificó peyorativamente el hoyo que dejó la primera remoción de tierras como “zanjón”, sino también se adujo que los ricos abogados habitantes de los entonces prósperos distritos de Miraflores y San Isidro se estaban construyendo una calzada propia para llegar más rápido a sus bufetes ubicados en el casco histórico. Hoy, Rafael López Aliaga también es zarandeado por haber tenido el coraje de recuperar áreas ilegalmente tomadas que impedían la ampliación de esa misma vía expresa.
No menos agresiones ridículas hubo contra el fenecido presidente Alan García cuando adoptó la determinación de modernizar el caduco Estadio Nacional y transformarlo en un escenario deportivo de gran calidad. El presidente de la comisión encargada de dicha obra, Arturo Woodman, también tuvo que soportar ataques viles y hasta la conformación de una comisión investigadora parlamentaria bajo sospecha de actos corruptos. Comisión que, por supuesto, jamás pudo encontrar una sola irregularidad perpetrada por el probo señor Woodman.
No meto en el saco del pesimismo cargado de mala leche las observaciones corregibles al nuevo aeropuerto, como es, por ejemplo, la formulada por el congresista Alfredo Azurín respecto al reducido espacio asignado a la dirección policial antidrogas. Tal es el rol de las autoridades: prevenir y acotar lo que está mal. Pero ello no da base al lloriqueo exagerado de algunos que condena este gran paso hacia la modernidad, el cual —como ocurre en todo el mundo— tardará quizás semanas o meses en ser perfectamente adaptable al viajero común.
Reduzcamos a su mínima expresión a quienes ejercen el deplorable arte del pesimismo ante importantes obras públicas y privadas.
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