El ataque israelí a la iglesia de la Sagrada Familia de Gaza
Condena mundial ha merecido el ataque de las fuerzas de Israel, a la iglesia católica de la Sagrada Familia –pertenece a la Diócesis del patriarcado latino de Jerusalén–, la única comunidad cristiana en la ciudad palestina de Gaza, que se cobró 3 muertos y más de una decena de heridos. El papa León XIV habló con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y una llamada telefónica del presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, al propio Netanyahu, exponen la dimensión del rechazo al mortífero ataque a una comunidad religiosa que, de conformidad con los Convenios de Ginebra de 1949, sobre de derecho internacional humanitario, está totalmente prohibido por constituir espacio de paz con población civil e indefensa. Es verdad que Netanyahu ha reconocido que se trató de un error y eso es muy importante; sin embargo, no es la primera vez que la referida parroquia católica en medio del mundo árabe -incluye una escuela-, ha sido impactada por acciones militares. Las reglas de la guerra y los usos y costumbres en medio de los conflictos armados, sean internacionales o no internacionales, ya no avalan la tesis de que “todo vale o todo está permitido en la guerra”, como era en la sociedad internacional del pasado. El derecho internacional humanitario, precisamente, existe para proteger a quienes están medio de la guerra y no son parte de ella, minimizando o atenuando por sus reglas a los combatientes, como pasa con los sacerdotes y comunidades de católicos en esa parte del Medio Oriente, más bien donde sobresale una abrumadora presencia de fieles islámicos. En los tiempos de la Edad Media en que las acciones militares estuvieron visibilizadas en las guerras de las Cruzadas, los monasterios, conventos y otros recintos de culto religioso, estaban rigurosamente exentos de ataques, so pena del castigo eterno. Los conflictos que vienen produciéndose en la sociedad internacional contemporánea como pasa entre Rusia y Ucrania, Israel e Irán, los recientes enfrentamientos entre drusos y beduinos en Siria, o entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza, han terminado por tirar al suelo a los referidos Convenios de Ginebra, que se alzaron realmente expectantes a poco del final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y eso realmente debe merecer el mayor rechazo de la comunidad internacional. Tenemos que decir en tono enfático que los civiles no son combatientes y por ningún motivo, razón o circunstancia, debe violarse los convenios sobre DIH, que todo el tiempo los están protegiendo. Las Naciones Unidas debería llevar adelante una reunión planetaria para evaluar el cumplimiento de los instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos en tiempos de guerra, como también, por supuesto, de los derechos humanos en tiempos de paz como pasa con el derecho internacional de los derechos humanos. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU con sede en Ginebra, precisamente, tiene la palabra. No hay tiempo que perder. La vida de los civiles -bien jurídico máximo- está por encima de cualquier otro interés que debe ser protegido in extenso.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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