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El bicentenario de las oportunidades perdidas

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Fecha Publicación: 17/12/2024 - 22:40
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200 años de la batalla decisiva por la independencia es un acontecimiento que mereció concitar la atención del mundo entero, convocar a las principales personalidades de América y el mundo libre e internamente desarrollar una campaña informativa y cultural que perennice la importancia de la libertad y la gesta heroica que lo hizo posible. El gobierno peruano, anodino, desaprovechó la brillante oportunidad y prefirió el gris del anonimato y la indiferencia y la celebró con mucha mediocridad.
Ha sido un bicentenario triste, quizá evocando los momentos postreros a la batalla con peruanos muertos y heridos en ambos bandos o los melancólicos silbidos del viento en las pampas abiertas de Ayacucho, a 3400 m s. n. m. Dos siglos después era imperativo gritar a los cuatro vientos los nombres de Sucre, José María Córdova, Agustín Gamarra, La Mar, Jacinto Lara y otros titanes de la batalla decisiva por la independencia de la “América entera”.
Ayacucho tiene una cualidad telúrica única. Sobre sus suelos se libraron batallas cruciales entre chankas e incas, realistas y patriotas, entre Cáceres y Panizo en Acuchimay y, recientemente, entre el Estado peruano y la izquierda terrorista de Guzmán. Ayacucho es tierra de María Parado de Bellido, Basilio Auqui, Andrés A. Cáceres, por citar algunos peruanos ilustres, y merece un capítulo aparte no de melancolía, sino de bronca por la postración social, con cifras que duelen como latigazos en la cara de un Estado ausente, con autoridades locales incompetentes y la miopía nacional de una mandataria que solo recordaremos por sus mentiras e inventiva para decir no, cuando sí.
Cinco provincias ayacuchanas: Fajardo, Vilcashuamán, Huancasancos, Huanta y La Mar sufren más de un 72 % de desnutrición crónica infantil y la pobreza se ubica por sobre el 62 % de la población, mientras distritos como Ayna y Uchuraccay, este último de triste recordación por la muerte de seis periodistas en épocas del terrorismo, viven en total pobreza y se ubican entre los diez distritos más pobres del Perú. Huanta y La Mar, las dos provincias más pobres en el ya pobre Ayacucho, fueron duramente golpeadas por el terrorismo y hasta hoy no han podido escapar de ese cadalso.
Terminada la guerra contra Sendero Luminoso, el Estado debió ingresar a la etapa de reconstrucción; una actividad de carácter social encargada de reparar y recuperar los cientos de pueblos que fueron destruidos física y moralmente por la organización terrorista. No se hizo y pueblos sin lugar en el mapa sufrieron el doloroso silencio incubador de resentimientos que se ignoran desde lejos. Se tuvo 20 años para hacer un plan de desarrollo y hasta se creó en 2016 una comisión especial del Bicentenario en el Congreso. Si el resultado es cero, cualquier explicación huelga.
Construyamos oportunidades nuevas como un deber moral con Ayacucho. Empecemos declarándolo en emergencia social y que cada ministerio se traslade al lugar y empiece la tardía pero inexorable tarea de reconstrucción. El Congreso, de su lado, debe generar una ley que permita vacar a gobernadores incompetentes y corruptos y que el gobierno central asuma sus roles. Evitemos que aventureros de cualquier nivel sometan a un pueblo a una muerte lenta de desgobierno y corrupción cuando el abandono retumba al oído con la aflicción de las notas de García Zárate y nos dice: ¡Ayacucho!

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