El Canal de Panamá
En el curso del siglo XX, la construcción del canal de Panamá fue la obra de construcción más importante del mundo, que debió superar desafíos de toda índole, tanto de ingeniería como de salud, que la convirtieron en una auténtica hazaña para quienes la realizaron, pero también en una humillante carga para el pueblo que soportó su ejecución. ¿Por qué?
Panamá es una nación que remonta su origen a la conquista española, así como al descubrimiento del Mar del Sur por Balboa en 1513, que sirvió después como punta de lanza para la conquista del Perú y de los demás países hispanoamericanos de la costa occidental de Sudamérica. Hasta comienzos del siglo XVII, Panamá formó parte del Virreinato del Perú, luego del Virreinato de Nueva Granada, y después, a principios del siglo XIX, de la República de Colombia al consolidar su independencia.
A fines del siglo XIX, Colombia intentó la construcción del canal de Panamá con la participación de Ferdinand de Lesseps y el financiamiento de Francia, pero el esfuerzo fracasó por razones técnicas y sanitarias. Luego intervino Estados Unidos, que, ante las objeciones jurídicas planteadas por Colombia, inventó a Panamá como Estado independiente en el año 1903, al que reconoció con el espurio tratado Hay-Bunau Varilla, llevando a cabo las obras requeridas de ingeniería, pero también las medidas sanitarias que hicieron posible su terminación. Sin duda, gran mérito de Estados Unidos.
En el curso del siglo XX, las relaciones entre Estados Unidos, como la potencia dominante de la operación del canal, se agriaron a tal extremo con la República de Panamá, país soberano del territorio donde se construyó, que fue necesario modificar su condición jurídica con arreglo a las normas del Derecho Internacional. Esa modificación se plasmó con el Tratado Torrijos-Carter, suscrito y ratificado por ambos países en 1977, bajo la mirada de todos los representantes del continente americano. Fue un acto público y solemne que reflejó un extraordinario avance en las relaciones hemisféricas.
El Tratado Torrijos-Carter estableció una administración dual del canal de Panamá hasta 1999 y, luego en adelante, una operación exclusiva de Panamá, país que, entre otras cosas, ha ampliado su capacidad con una tercera esclusa que permite el paso de barcos de mayor calado y tonelaje.
En los últimos tres meses, el reelecto presidente Trump ha denunciado la operación del canal por la República de Panamá, alegando el cobro de tarifas exorbitantes a los barcos de la marina mercante norteamericana. También señala que el verdadero operador del canal no es Panamá, sino la República Popular China, a través de entidades controladas por ese gobierno que operan los puertos de Colón y Balboa en los dos extremos del canal.
Las afirmaciones del presidente Trump, desgraciadamente, constituyen, en el mejor de los casos, una media verdad, estando dirigidas a iniciar una campaña de desprestigio contra la República de Panamá, a fin de “recuperar un regalo que nunca debió haber sido hecho por Estados Unidos”. Es una embestida verbal de un país grande hacia una nación mucho más pequeña, que anuncia una peligrosa agresión, cuyas consecuencias no solo afectan a la posible víctima, sino también a los demás países del área.
Puestas las cosas así, los vecinos latinoamericanos de Panamá, el Perú incluido, debemos expresarle nuestra solidaridad en esta crítica coyuntura, para no dejarnos intimidar por quien funge como matón de América desde el 20 de enero último.
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