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El caño y la autoridad

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Fecha Publicación: 11/10/2024 - 21:40
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Revisando el libro añejo titulado La educación del hijo (1941) de Constancio C. Vigil, me encontré con este breve episodio que me gustaría compartir y comentar.
“Un niño taponeó el lavatorio, abrió el caño y dejó correr el agua tanto que se rebalsó e inundó el piso. Una primera madre entra en escena, crispada por la travesura: ‘¡Vete de aquí, chico malcriado! ¡Ya verás, apenas regrese tu padre le contaré sobre este estropicio!’. Una segunda madre, ante la misma situación, observa sin aspavientos. Se retira del baño y, al cabo de un momento, vuelve trayendo un balde con un trapo seco, que le entrega al pequeño con determinación. La madre solamente añade: ‘Avísame cuando todo esté bien seco’. El niño mira a la madre, al trapo, al piso, y comprende que debe reparar el daño, sufrir las consecuencias de sus propios actos.”
Dos modos de reaccionar frente a un mismo hecho. Por cierto, cambiando lo que haya que cambiar, ambos se pueden aplicar en cualquier relación de responsabilidad directiva: en la escuela, en la empresa y hasta en el Estado con los ciudadanos. Entre uno y otro, no es solo la reacción o respuesta de la madre lo que los distingue; la diferencia es conceptual. En el primer caso, la acción del niño es vista como una alteración del statu quo que incomoda, molesta y, al extremo, altera los planes. Por tanto, dado que la otra conducta contraría, su extinción enfática es la tarea que asume un padre, docente, jefe o gobernante. Por este camino se alimenta la rebeldía, pues el corregido no entiende el beneficio que tiene para él la presunta indicación o norma.
En el segundo caso, se asume el fastidio infringido por el niño, pero no obscurece la función educativa que compete al educador. Un pequeño suele manifestar las faltas o inconductas por inmadurez, ligereza, torpeza y, aun intencionadamente, para llamar la atención de sus educadores o como señal de rebeldía. Con todo, el objetivo de la autoridad es hacer crecer. ¿Cómo? Corrigiendo, poniendo recta una cosa. A un árbol que crece torcido se le pone una estaca de apoyo y se endereza. Para que un niño aprenda de sus faltas, se requiere de su participación e involucramiento. Primero, explicándole el porqué o en qué radica su inconducta y, luego, que valore las consecuencias de esta. Finalmente, brindarle la oportunidad de reparar su falta. En esta forma de ejercer la autoridad —sin gritos ni malos modos— se advierte una clara intención de acrecentar el bien del niño, pues se busca afirmar sus cualidades, fijar valores y fomentarle buenos hábitos… a pesar del mal momento que haga pasar a los padres o educadores.
La autoridad es un servicio que se ejerce para sostener y acrecentar el desarrollo del niño y el adolescente. Un buen gobierno, un buen directivo, padre o docente no es el que resuelve los problemas de sus dependientes, sino el que les facilita los cauces y medios para que ellos mismos los resuelvan.

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