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El colapso como forma de cambio

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Fecha Publicación: 01/06/2025 - 21:40
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Desde niños nos enseñan a temer el colapso: de un imperio, una economía, un sistema de creencias. Lo asociamos con el fin. Pero la historia demuestra una y otra vez que los grandes derrumbes no son solo tragedias; son también puntos de partida. El colapso de Roma no trajo solo oscuridad, sino el surgimiento de nuevas identidades: los reinos germánicos, el cristianismo medieval, las lenguas romances. Cuando cayó la Unión Soviética, no solo se desmoronó un régimen: emergieron nuevas repúblicas, nuevas alianzas, nuevas narrativas.
Hoy vivimos en un mundo que cruje. Las democracias liberales están en crisis, los sistemas económicos muestran fisuras que ya no pueden ocultar, la inteligencia artificial reconfigura el trabajo, la educación y la política. La idea de progreso lineal —tan querida por el siglo XX— se desvanece. Pero, como en otras épocas, no estamos ante el fin del mundo. Estamos ante el fin de un mundo. El que conocíamos.
En América Latina, los colapsos políticos recientes no son una excepción. Gobiernos caen, monedas se disparan, y la polarización parece ahogar cualquier diálogo posible. Pero en esos momentos de ruptura también germinan nuevas formas de organización, nuevas voces, nuevas preguntas. En Europa, la guerra en Ucrania y la fractura energética desmantelan viejas certezas, pero empujan a la región a reinventarse. En África y Asia, potencias emergentes reclaman su lugar, redibujando el mapa geopolítico.
El colapso es también personal. En una era de ansiedad crónica y burnout, muchos jóvenes sienten que sus proyectos vitales se desmoronan antes de empezar. Pero incluso en lo individual, la caída suele ser el umbral de una transformación. Cambiar no es cómodo. Es perder algo. Y perder duele.
Quizás el verdadero problema no sea el colapso, sino nuestra resistencia a aceptarlo. Queremos que todo siga funcionando como antes, aunque ya no funcione. Nos aferramos a instituciones vacías, a discursos gastados, a modelos económicos que solo benefician a unos pocos. Pero la negación solo alarga el sufrimiento. Entender que algo ha terminado no es rendirse, sino abrir espacio para lo que puede comenzar.
La historia no es una línea recta, sino una serie de ciclos. Y en cada fin aparente, hay un germen. El reto no es evitar el colapso a toda costa, sino entenderlo, narrarlo y reconstruir con honestidad lo que sigue. Porque si no lo hacemos nosotros, otros lo harán —y no siempre para bien.
Tal vez no estamos presenciando el colapso del mundo, sino el nacimiento de uno nuevo. Y, como todo nacimiento, es caótico, doloroso… pero lleno de posibilidades.

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