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El derecho a morir de Ana Estrada

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Fecha Publicación: 11/02/2020 - 21:40
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No hay amargura en su voz, tampoco resignación, pero sí una convicción latente por la vida. Conmueve escucharla porque nos da una lección de integridad y fortaleza. Lo suyo, no es un alegato por la muerte, sino una respuesta sensata, consciente, informada y libre al desenlace de una épica batalla entre una mente totalmente lúcida y un cuerpo irreversiblemente aniquilado. Ana Estrada Ugarte es una ciudadana de 43 años y es la primera peruana que busca el reconocimiento del Estado peruano a su derecho a la muerte en condiciones dignas. Ella padece de polimiositis, una enfermedad incurable, degenerativa y progresiva, en etapa avanzada, que deteriora sin remedio sus capacidades motoras y la tiene postrada y lacerada esperando el fin.

Por ello, la Defensoría del Pueblo, como entidad promotora y defensora de los derechos fundamentales, acaba de presentar una demanda de amparo solicitando la inaplicación del artículo 112 del Código Penal, que le niega el derecho a una muerte digna en las fatales circunstancias que padece, porque el acto de poner fin a sus dolores está hoy sancionado como delito de homicidio piadoso.

Esto impide, a su vez, la regulación del procedimiento médico de eutanasia.

No se trata de una defensa de la muerte ni menos de un liberticidio, sino, simple y llanamente, de la defensa de los derechos fundamentales a la vida digna, al libre desarrollo de la personalidad y a no sufrir tratos crueles e inhumanos, consagrados en la Carta Magna y en la legislación internacional. Con ello, Ana podrá acceder a un procedimiento médico de eutanasia cuando lo solicite, sin que nadie sea perseguido penalmente por ello, y bajo una regulación con salvaguardas que garanticen a toda persona con plenas facultades para decidir, el acceso a este derecho de manera libre e informada, exenta de presiones o situaciones de vulnerabilidad que nublen su juicio de valor.

“Cada día en el hospital, cada minuto de dolor, cada ataque de pánico, cada alucinación visual y auditiva, cada segundo de terror, cada aguja al despertar o de madrugada, cada enfermera, cada lágrima mía y de mi familia, cada invasión a mi cuerpo; en fin, cada momento en ese lugar, deberá tener su propio texto” ha escrito Ana en su blog con los tres únicos dedos que puede ligeramente mover.

La vida es un naufragio, dice Ortega. Si en su cuaderno de bitácora están esos y todos los textos de nuestra lucha, de nuestra agonía, cómo no iban a estar los tuyos, Ana, edificantes, trémulos, exactos. Si en tu vigilia atroz, has confesado que “…llevas años investigando, preguntando, contactando, elucubrando mil formas de hallar la muerte sin que tu familia salga perjudicada” cómo negarte el derecho a morir con dignidad, a olvidarte para siempre del tubo endotraqueal, del respirador artificial, de la gastrostomía…

La lucha de Ana no es solo un asunto de vida o muerte, un dilema acaso moral, un drama profundamente personal o una ardua batalla legal, sino un tema de derechos fundamentales.