El desgobierno en su esplendor
Se sigue ahondando el estado de anomia en que se encuentra el país. En nombre de la Justicia (¿?), ahora resulta que el golpista, imputado por corrupción –aparte de contumaz destructor de la Democracia y el Estado de derecho– Pedro Castillo, acabaría siendo liberado por la Justicia, no obstante que los 33 millones de peruanos vieron, en vivo y en directo, el golpe de Estado que dio el siete de diciembre del año pasado, ordenando a las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional tomar el Congreso de la República, así como las instalaciones del poder Judicial, Tribunal Constitucional, Fiscalía de la Nación, etc., igual que capturar a sus máximas autoridades. El hecho de que los institutos armados y las fuerzas policiales desobedecieran sus órdenes no releva su culpabilidad como autor del delito de sedición contra la Constitución, al haberse rebelado contra el poder constituido que emana de elecciones generales. Argumentar que no dio el golpe de Estado, aparte de falso es estúpido. ¡Porque niega la realidad! Y fuera de ello, los razonamientos de Castillo van dirigidos a secundar sus pretensiones de recapturar el poder. A fin de cuentas, encarna el mesianismo de los comunistas que apuntan a completar un siniestro plan de corte castro/chavista, sumado a sus afanes sendero/terroristas. ¡Y como demócratas eso no podemos ni debemos validarlo! Consecuentemente tampoco deben hacerlo los jueces de un sistema democrático, como el que rige de acuerdo con la Constitución vigente.
Aunque, según la “justicia socialista” –y el poderío de aquella “justicia transnacional” de la CIDH– ambas se consideran facultadas para convertir en héroe al golpista Castillo. Es decir, a transformarlo de tirano a demócrata o de demonio a santo. A ello se debe la tenaz oposición de la CIDH a que el máximo Tribunal Constitucional del Perú reconozca como válido el indulto que recibió Alberto Fujimori. Porque la Constitución peruana no habla de indultos con apellido (humano o el que fuere). Únicamente precisa el derecho absoluto que tiene el presidente de nuestra República para conceder indulto a quien le parezca, sin expresión de causa. Tampoco resultaría extraño que la Fiscal de la Nación, Patricia Benavides, acabe siendo expectorada por Inés Tello Bonilla, la integrante de la JNJ que pretende enjuiciarla políticamente por prevaricato, “interpretando” a su aire nuestra Carta Magna. Porque todo es posible, en este desquiciado país. Inclusive, que mañana veamos condenada a Patricia Benavides, heroína del golpe de Estado de Castillo; y liberado al comunista Castillo, disfrutando no solo de su libertad sino sentado en palacio de gobierno rodeado de extremistas, decididos a convertirnos en la Cuba andina.
Hace quince años Perú dejó de ser el país congruente y confiable al que engreía el inversionista peruano y extranjero. Hasta que, tras la asunción de la izquierda al poder con el corrupto Humala, empezamos a ser un país incongruente, desconfiable. Hoy ya estamos en el territorio donde lo imposible se hace realidad, y la falacia prevalece sobre la verdad. Ahora somos una nación peligrosa, deshonrosa y decadente, donde gana el tramposo y destaca el farsante.
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