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El día después de mañana

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Fecha Publicación: 14/09/2024 - 20:20
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El 7 de abril de 2009, la Corte Suprema condenó al expresidente Alberto Fujimori como autor mediato por las muertes de La Cantuta y Barrios Altos. La sentencia se basó en la teoría de la autoría mediata por organización.

En 1990, el Perú era un país fallido, un Estado inviable. El gobierno entonces controló la inflación y emprendió un proceso de privatización para acabar con el déficit fiscal. También se inició un proceso de apertura comercial y, a la par, se recuperó la disciplina fiscal, lo que permitió que la economía creciera.

Pero no solo nos afligía una inflación hipergalopante; el terrorismo, con sus fauces, sangraba al país. La justicia entonces era controlada por el terrorismo. Era Sendero Luminoso quien imponía “su Ley”.

La generación actual concibe la pacificación y la estabilidad económica como un estado natural de las cosas. Sin embargo, el estado de cosas que muchos vivimos era, por el contrario, un estado hobbesiano: miles de millones de intis por unos cuantos panes, y muertos en las calles todos los días por la violencia genocida y demencial de Sendero Luminoso.

Muchos años han pasado desde entonces. El fujimorismo siguió presente en la escena política nacional y el antifujimorismo se fue convirtiendo en la fuerza política más poderosa del país. Desde ambos flancos, los ataques han sido inmisericordes.

Hace unos días, falleció el líder fundador del fujimorismo. Esto debería hacer pensar al fujimorismo en un aggiornamento inmediato y a las demás fuerzas políticas en el futuro del país. Lamentablemente, el país sigue partido en dos. La división y la polarización se han instalado en el corazón de los peruanos.

En ese contexto, preocupa hondamente qué va a pasar en el 2026. Con más de 30 candidatos en contienda, ninguno que gane tendrá la fuerza política suficiente para gobernar solo. Se imponen los consensos, más aún teniendo en cuenta el infaltable voto en contra en segunda vuelta.

Las banderas del “No al Comunismo” y “Fujimori Nunca Más” fueron levantadas y exacerbadas en la campaña anterior. La pregunta por responder es entonces, ¿en las próximas elecciones, esta división en que estamos sumergidos como nación puede trascender la vida política del país?

La muerte de un expresidente es una muestra de ello. Frases como “bailaré sobre su tumba” son el ejemplo de una sociedad enferma. Hemos llegado a un punto de ebullición en que la polarización, los discursos de odio de ambos lados, están llegando a un punto de no retorno. La histeria colectiva en las redes sociales está tornando diferencias políticas en enemistades personales. Gane quien gane, predominará el antagonismo en la vida política nacional.

En ese escenario, es prioritario establecer los candados de control ciudadano e institucionales para prevenir cualquier intento de zarpazo autoritario. El Congreso de la República y los partidos políticos serán fundamentales en ese sentido. El país no se acaba con la muerte de alguien ni con un proceso electoral. Al día siguiente, debemos voltear la página, replantear todo y comenzar a pensar políticamente de manera diferente como nación.

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