El día que Chile nos declaró la guerra
“He acordado y decreto: El Gobierno de Chile declara la guerra al gobierno del Perú. El Ministro de Relaciones Exteriores comunicará a las naciones amigas esta declaración…”. Así lo dijo y lo firmó el presidente sureño, Aníbal Pinto, un día como hoy, el 5 de abril de 1879, hace 145 años. Al día siguiente del estado de guerra que se prolongaría por más de cuatro años, el Perú, gobernado por Mariano Ignacio Prado, declaró el casus foederis, es decir, que el Tratado de Alianza Defensiva entre Perú y Bolivia suscrito en 1873, entraba en vigor. Cerca de 20 mil muertos entre civiles y militares fue el saldo del conflicto armado que finalizó el 20 de octubre de 1883, cuando Miguel Iglesias firmó el Tratado de Ancón, perdiendo ipso iure y para siempre, la provincia litoral de Tarapacá y solo después de casi 50 años –etapa de la chilenización-, el 3 de junio de 1929, ambos países firmaron la paz definitiva por el Tratado de Lima, recuperando Tacna y perdiendo Arica para siempre. Llamada también Guerra del Pacífico o del Guano y del Salitre, lo cierto es que se trató de una contienda bélica desigual. Los esfuerzos de Antonio de Lavalle con su viaje a Santiago para evitarla, fueron en vano porque Chile estaba decidido desde los tiempos de Diego Portales. Solo los mediocres, que son muchos, y los cobardes, felizmente muy pocos, no quieren recordar la guerra. Es verdad que hoy el derecho internacional proscribe las conflagraciones bélicas por la obligación de la solución pacífica de las controversias que es norma de ius cogens, es decir, imperativo categórico de cumplimiento obligatorio. No olvidemos que la decisión chilena de naturaleza militar fue política de Estado y ya había sido ideada –repito– por Diego Portales (1793-1837), el mayor visionario geopolítico de país sureño, al percibir la enorme amenaza que para Chile representaba en su entender la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839).
Esta actitud de recelo se mantiene intacta y aunque aclaro enfáticamente que no existe ninguna vocación belicista en el hermano país del sur, no debe ser un secreto para nadie que nuestra inminente cualidad marítima portuaria potenciada por el mega puerto de Chancay, que inauguraremos en noviembre de este año, los ha impactado. En el siglo XIX, Portales frenó nuestro proceso geopolítico creando la tesis expansionista que todos los chilenos la legitimaron, quedando inscrita en su imaginario nacional la idea de la conquista, hoy de naturaleza económica y no nos rasguemos las vestiduras para negarlo. Por esos años, en Santiago sabían de sus limitaciones geopolíticas y por eso invadieron Atacama (Bolivia) y Tarapacá, Arica y Tacna (Perú). Nosotros sabiéndolo, fuimos dominados por la desidia de siempre por nuestra mayoritariamente clase política mediocre y conformista, que vivía de la bonanza del guano y completamente alejada de los intereses nacionales, exactamente como pasa hoy, de espaldas al país, y de frente, unos a otros en pugnas permanentes, sin preocuparse por la verdadera agenda del Perú. En efecto, la guerra de 1879 nos impactó y nuestros gobernantes poco o nada hicieron para superar nuestra condición de derrotados, como lo denunció Manuel González Prada. Hay quienes no prefieren hablar de la guerra para no ser tildados de revanchistas o resentidos. Son los referidos herederos de la sociedad de timoratos y comodines, y hasta con postura de avestruz, que le hizo mucho daño a nuestra heredad nacional. Nuestro triunfo jurídico en la Corte Internacional de Justicia por la controversia jurídica de delimitación marítima contra Chile compensó a nuestra derrota militar de 1879 pero no hemos hecho nada para afianzarla. No peleemos con Chile, país hermano con el que compartimos el espacio de la cuenca del Pacífico, pero para que no nos vean por encima, por su consciencia arraigada a la idea de la victoria, seamos nacionalistas de verdad, lo que aún no somos. Los países que sí lo son se volvieron ricos y poderosos. Carácter para invertir en la educación que no tenemos y cultivemos el imaginario patriótico que, guste o no, tampoco tenemos.
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