El ejercicio deontológico de la abogacía
La abogacía es una profesión hermosa, cuyo ejercicio debe ser posible únicamente con sentido ético y moral. Lo sé, por mi lectura y por mi experiencia vital: He cumplido treintaidós años de abogado, y sé que la deontología, como rama de la filosofía moral, es connatural al derecho y a su ejercicio profesional.
El abogado, para ser verdaderamente tal, debe tener probidad ética, rectitud moral. Debe ser honesto, valiente, prudente, generoso, estudioso, y si se puede, culto. De lo contrario, el abogado traicionaría al derecho y a la sociedad, pues el ejercicio profesional le sirve al derecho a condición de que encuentre su realización en la justicia y en la paz social.
He conmemorado mis treintaidós años de abogado con una lectura, que motiva el presente artículo: “La abogacía”, del maestro contemporáneo Juan Luis González Alcántara Carrancá. En parte, porque, como abogado litigante, he querido vivir, una vez más, lo que piensa y siente un juez. Ese otro gran actor, el del otro lado. Al fin, el abogado y el juez, y los demás sujetos procesales, defendemos a la sociedad.
El profesor Alcántara Carrancá, a la sazón, ministro de la Suprema Corte de Justicia de México, acerca de la abogacía y el abogado, enseña: Sobre la abogacía, que “se impone una aclaración de orden semántico, referente al término “abogacía”. En un sentido estricto, purista, la abogacía es una actividad y un grupo social al que pertenecen únicamente los profesionistas del derecho que se dedican habitualmente a brindar asesoramiento jurídico y postular justicia ante los tribunales.
Pero en un sentido amplio, consagrado por el uso, la abogacía comprende a todos los individuos graduados en derecho”. Sobre el abogado, que es “el intérprete del derecho, ciencia cultural, y teniendo por fin último de su actividad la justicia, valoración cultural también, maneja categorías que son la expresión del espíritu y de la conciencia de un pueblo, o sea categorías morales… Todo esto quiere decir valores morales”. Es que, la abogacía, y el propio abogado en sí mismo, son deontológicos.
Todo abogado tiene una historia de vida, y de ejercicio profesional. En cuanto a mí, el 4 de septiembre de 1992, fui incorporado al Ilustre Colegio de Abogados de Piura.
Con emoción, recibí entonces la medalla celeste, el solapín de la estrella de siete aristas, y el carné rojo que me acredita como abogado colegiado y hábil para el ejercicio profesional.
Debo decir que, a lo largo de estos años, he tenido muchas y diversas experiencias de abogado. Precisamente, leyendo a Alcántara Carrancá, puedo decir que, en el ejercicio libre de la profesión, he participado de la defensa de causas justas; en el ejercicio académico, soy actualmente docente ordinario, fui decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Piura, y vicerrector de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo; en la magistratura, fui juez de la Corte Superior de Justicia de Piura, e integrante del Consejo Ejecutivo del Poder Judicial, con rango de juez supremo. También tuve experiencia gremial, pues fui elegido por mis colegas como decano del Ilustre Colegio de Abogados de Piura, y como Presidente de la Junta de Decanos de los Colegios de Abogados del Perú.
Hoy, prosigo mi labor académica, como Superintendente de la Superintendencia de Educación Superior Universitaria – Sunedu. Debo ser directo: En mi caminar de abogado, y académico, he tenido la dicha de haber alternado con personas de mucho valor, aunque también de las otras.
Debo ser agradecido: En mi balance personal, anoto que soy un hombre inmensamente Feliz. Si tuviera que definirme, y que redefinirme, al cabo de estos años, me diría a mí mismo, les diría a mis hijos, tres de los cuales han abrazado la carrera del derecho, y le diría a la sociedad que soy abogado, por la Gracia de Dios, y por las justas causas del ejercicio deontológico de la abogacía.
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