El enigma del peaje
Hace bien el alcalde de Lima, Jorge Muñoz, cuando pone paños fríos en un tema sensible para los limeños como son los contratos de concesión Línea Amarilla y Rutas de Lima, manchados por la corrupción, según propia confesión de la mismísima ex alcaldesa, Susana Villarán.
Lo peligroso de sus primeras declaraciones en redes sociales, señalando que “los contratos y peajes de la corrupción no van”, fue que al buscar un impacto positivo en el vecino (situándose únicamente en el ámbito de la comunicación política), olvidó que podría sufrir un serio revés cuando esta misma frase es utilizada en el ámbito jurídico-legal.
Afortunadamente, tras pensarlo bien el fin de semana, y luego de reunirse con el Consejo Metropolitano el día de ayer, propuso la creación de una Comisión de Alto Nivel, integrada también por la Contraloría General de la República, el Ministerio de Economía y Finanzas y las empresas que integran ambos consorcios, con la finalidad de renegociar los contratos con cada una de ellas.
Una negociación en estos casos es, sin duda, lo más recomendable. Ni la “concesión”, una herramienta de inversión acelerada, ni el “peaje”, un mecanismo de cobranza al usuario final para recuperar la inversión, son entes corruptos por naturaleza. Lo irregular sería una negociación amañada entre “concedente” y “concesionario” para camuflar, bajo el modelo económico financiero, una tarifa desproporcionada que termine afectando al ciudadano que recorre a diario las pistas concesionadas de nuestra ciudad capital.
Si seguimos creyendo que el “peaje corrupto” existe, con justa razón pobladores en otras regiones cuestionarán también el uso de los peajes. No es casual que existan marchas en Lurín y Puente Piedra solicitando su retiro, simplemente porque creen que son la representación del pecado original, como si toda concesión o peaje fuesen corruptos per se. Y esto NO es cierto. Un discurso político mal utilizado por la autoridad popular puede validar la “sinrazón” y justificar el descontrol ciudadano.
Un poco de mesura en nuestras autoridades sería conveniente, si no queremos que grupos radicales cosechen de la confusión, y las voces anarquistas que sueñan con romper el orden social, cual Daenerys Targaryen en Juego de Tronos, prometan un mundo nuevo, donde el uso de la violencia para resolver los problemas sea mucho más atractivo que resolverlos en un orden regido por la Ley y la razón.