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El espíritu de la Navidad

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Fecha Publicación: 24/12/2019 - 21:00
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No es Papá Noel jalando su trineo, o el trineo jalando a Papá Noel, qué más da.

Es cada uno de nosotros jalando su propia carretilla de recuerdos y esperanzas que se actualizan en estos días con un sereno alborozo y una extraña tristeza.

No es el niño visitado por miles de turistas en una basílica famosa que es, además, un trofeo de guerra.

Es un niño naciendo en un arrabal de Judea rodeado de animales. Es ese mismo niño viniendo al mundo en hospitales a los que les falta casi todo, en refugios, en campamentos para inmigrantes,

en cerros y matorrales, en inhóspitas quebradas,

No es el cohetón que estalla desesperando a los animales y exultando a la gente.

Es el silencio de las treguas de combate, cierto que sólo por unas horas, pero que pueden ser el anuncio del final del sufrimiento

No es la nieve ni la escarcha de la nieve, que sólo en algunas zonas del país conocemos y que solo algunos, como yo, jamás hemos visto.

Es el sol del amanecer en la calle llena de huecos o en el pedregal quemante. Es un claro de luna llena sobre la árida montaña y el río seco o caudaloso.

No es la risa tradicional, jo jo jo, ni las campanillas ni ningún traje que tiene los colores de nuestra bandera

Es la sonrisa del amor compartido, a veces en soledad y otras, ojalá las más, en compañía.

No es la calle llena de luminarias como en ninguna época del año.

Es la calle, esa cosa, desierta y solitaria porque las luces que se encienden, tímidas o fulgurantes, lo hacen en los hogares, en un clima de afecto y de ternura.

No es el bullicio ni la euforia de los supermercados y las tiendas comerciales, en donde se vende todo lo que nos debería hacer feliz…y a mitad de precio!.

Es esa sensación de serenidad que de pronto nos asalta al leer un libro, decir una oración, escuchar a los hijos, atender a los padres, compartir con algún amigo su pesar o su júbilo.

No es la neurosis de tantas cosas por hacer, de los regalos dados o recibidos, del momento que ya llega, disparando, como se sabe, las depresiones y las angustias por lo que no se tiene o no se cree tener.

Es la paz que fluye a veces de las vicisitudes de la vida y que no hay que dejar escapar. Es volver a levantarse sin estrépito después de una caída, convencidos de que el problema no es volver a caer sino no volver a soñar.

No es la cena, la primera, la última, cualquier cena en la que seguramente no faltarán el pavo, el panetón, las uvas, el puré de manzana…

Es la misma cena, o cualquier cena en donde ojalá no falten el calor de una familia, la dulzura de un abrazo, el consuelo de una caricia, el augurio de un mejor porvenir.

No es un árbol color verde oscuro lleno de bolas y cajas de colores.

Es el árbol que ya no está, el que talaron la semana pasada, el que ni siquiera ha tenido la suerte de morirse de pié.

No es lo que nos divide, hoy y mañana, sino lo que nos une por más delgado, frágil y sutil que sea. No es la valla que alguien o nosotros mismos hemos levantado. Es el camino que se nos revela, que se nos aparece y que al final del cual está el otro, los otros, con los que la carne se hace espíritu y el espíritu, carne.