El Estado: lo único que crece vigorosamente en el Perú
Tenemos recuerdos memorables de un Senado que Fujimori disolvió y eliminó hace 31 años, lo hemos idealizado, en algunos casos con justa razón porque estuvo integrado por políticos mucho más preparados, honestos y comprometidos con el país. De otra manera, no puedo explicar ese apabullante entusiasmo por el retorno a la Bicameralidad. Todos aplauden; tienen la esperanza de que mejore la calidad del Congreso que con 82% de desaprobación ganada a pulso, es una de las instituciones más desprestigiadas del país. No es un número gratuito, responde a una gestión incoherente y populista, a la gran ausencia de calidades ´personales y profesionales de sus miembros y a una infame impunidad. Este Parlamento ha hecho que la frase: “otorongo no come otorongo” esté más vigente que nunca.
La Bicameralidad no es una bocanada de aire fresco, desafortunadamente no comparto el optimismo. Los partidos políticos se han convertido en grandes aglomeraciones de saltimbanquis y advenedizos que se mueven al compás de sus propios intereses. Absoluta “inestabilidad” ideológica. Antes la militancia era como una suerte de matrimonio, podría ir bien o mal, pero prevalecía la lealtad y nadie pensaba en cambiarse a la primera derrota. Hoy el Parlamento está lleno de pequeñas y débiles agrupaciones políticas y tránsfugas que se venden al mejor postor.
Sinceramente ¿qué nos garantiza que el Senado tendrá gente más preparada y correcta? Nada; la reelección no es una garantía porque el problema tiene dos aristas: los candidatos –salvo la edad mínima y ser peruanos de nacimiento no se les puede pedir requisitos adicionales porque se consideraría discriminatorio– y los electores. ¿Cámara más deliberativa? El actual Congreso también podría serlo, pero casi todos los proyectos se aprueban con dispensa de la segunda votación. Le sacan la vuelta a una mayor reflexión. Por transparencia, debió aprobarse una disposición transitoria que establezca que la reelección parlamentaria no opera para el Congreso actual, para disipar cualquier duda de la intencionalidad de los 93 votos que superaron cualquier expectativa.
La representación no es un tema de números. Cuando un ciudadano reclama que el Congreso no lo representa, en realidad se refiere a que no está de acuerdo con el sentido del voto o propuestas de parlamentarios que no eligió. Sin embargo, dudo de que en la eventualidad que hubiera ganado su candidato, el ciudadano le esté haciendo seguimiento al ejercicio del cargo. Tampoco hay herramientas informáticas que lo faciliten. Además, en nuestro desinformado Perú, se cree que los congresistas tienen iniciativa de gasto y pretenden que mágicamente se cumplan todas sus promesas. Lo cierto es que los congresistas llegan con los proyectos de inversión pública bajo el brazo, y tienen que hacer innumerables gestiones y lobbies para que el Ejecutivo los priorice, lo cual sabemos no siempre huele bien.
A más inri, actualmente el Congreso tiene 3,500 trabajadores, un promedio de 26 personas por congresistas, número que solo se incrementará con la Bicameralidad. Vamos en la dirección equivocada; el Estado no puede seguir creciendo.
Hay mucho por analizar y corregir antes de aprobar la Bicameralidad. Como bien decía Macchiavello: “…la política es el arte de administrar los tiempos. El éxito o el fracaso de una decisión depende del momento”.
En un año de vacas flaquísimas se debate el Presupuesto General de la República con un incremento excesivo, de más del 12%, que se refleja en un adicional de S/ 26,000 millones de los cuales S/ 10,000 millones se destinarán a un incremento en el gasto de remuneraciones promovido por el Congreso. Todos quieren comer del Estado que sólo sigue creciendo. Estoy segura de que la Bicameralidad no evitará estos irresponsables excesos. Sin embargo, por el bien de mi país y por el fortalecimiento de su institucionalidad, espero que la historia no me dé la razón.
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