El fallido fin del Estado
Después del último mensaje presidencial, el uso del término “fallido” ha tenido especial presencia en el análisis político, por los efectos que se han generado en las relaciones diplomáticas entre Perú y el Estado Plurinacional de Bolivia; por cuanto dicho calificativo terminó originando la inmediata reacción del gobierno del altiplano.
La palabra “fallido”, para la RAE, significa frustrado, sin efecto; es decir, “que no alcanza lo que se pretende o espera”, o “que no da el resultado esperado”. Por lo que, al referirse a un país, puede ser interpretado como un Estado fracasado, frustrado, errado o cayuco. En ese sentido, ¿cuándo podríamos usar adecuadamente el término “fallido” al referirnos a un país en particular?; es la pregunta que nos deberíamos hacer.
Pues, el Estado es la sociedad políticamente organizada, compuesto de pueblo, territorio y poder (algunos consideran que, además, son elementos constitutivos del mismo: el ordenamiento jurídico y el reconocimiento de la sociedad internacional), y su finalidad es el “bien común” o el “bienestar general”, interpretada también como el “bien del pueblo”.
Por lo tanto, el “bien común”, como finalidad del Estado, debe entenderse como el conjunto de condiciones sociales suficientes para el desarrollo y bienestar de la sociedad, que permita la satisfacción de las necesidades del compuesto social y procure hacer realidad la realización del individuo. En consecuencia, un país que no funcione dentro de esas características, orientadas a hacer realidad esa finalidad, terminará siendo un “Estado fallido”, por no alcanzar a concretar aquello que se espera por parte de la población.
En consecuencia, y si tomamos en cuenta la gran variedad de agudos problemas que padecen muchos países, entre los que se encuentra el Perú; donde se evidencia el alto grado de inseguridad ciudadana, la mala oferta educativa, la deficiente atención en la salud pública, el alto índice de informalidad, con las pocas ofertas de trabajos formales, así como el de la casi nula posibilidad de desarrollo del bienestar general, nos encontramos que podemos ser calificados como “Estados fallidos”.
Frente a esa realidad, de la cual no podemos salir desde hace mucho tiempo y, lo peor, no tenemos la perspectiva de un mañana mejor; es necesario tener mucho cuidado de los calificativos que se hacen cuando nos referimos a países hermanos, especialmente vecinos; pues, nos vemos expuestos a que el “globo que inflamos, para cubrir nuestra realidad, puede reventarse en nuestra propia cara, descubriendo lo que todos ya sabemos y padecemos”.
En el ámbito de las relaciones interestatales, se debe tener especial cuidado de no culpar a otros países para justificar errores en el manejo interno de nuestra administración; salvo el caso de que la política intervencionista de algunas potencias, con sus agresiones bélicas o bloqueos económicos, afecte el diario vivir de pueblos inocentes, cuya búsqueda de su bienestar se encuentra frustrada. Como es el caso de los pobladores de Gaza, en Palestina, donde los niños, jóvenes y adultos se ven expuestos a ser víctimas del delito de lesa humanidad, demostrando la inoperancia, ineficacia e inacción de los organismos internacionales, entre ellos, especialmente, las Naciones Unidas.
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