El fariseo y el publicano

Queridos hermanos nos encontramos ante el domingo XXX del tiempo ordinario. La primera lectura del libro del Eclesiástico nos manifiesta la justicia de Dios: “Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino”. Hermanos, si alguno hoy se siente oprimido, no encuentra un sentido a su vida o está harto de sí, que acuda a Dios porque Él es justo, conoce tu corazón y tus sufrimientos. Te ofrece la posibilidad de una vida mejor, a través de ser testigo de su inmenso amor, deja que el actúe en tu vida y verás su poder.
Respondemos a esta lectura con el salmo 33: “El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó”. Si hoy te encuentras en aflicción o en sufrimiento, no dudes que Dios te escuchará. Él es tu defensor frente a los opresores y a aquellos que te dicen que no vales nada. Hermanos, Dios está cerca de quienes sufren y viven en tribulación, nos lo dice el salmo: “Salva a los abatidos, El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él”.
La segunda lectura es del apóstol san Pablo a Timoteo: “Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones”. Pablo en esta carta reconoce que todo lo que ha logrado es obra de Dios, por ello acudamos a él y reconozcamos en su poder la gloria de su nombre para que nos permita ver las maravillas que puede hacer en nuestras vidas. Y manteniéndose fiel a Dios, el apóstol no tuvo miedo a la persecución de manera que la Palabra de Dios pudo ser escuchada y acogida por los gentiles.
El evangelio de este día es una Buena noticia y denuncia nuestro fariseísmo, el hombre hipócrita que vive en medio de nosotros: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. El fariseo es un hombre narcisista, y es a hacia donde nos empuja la sociedad actual, una actitud narcisista que hace que vivamos alabándonos a nosotros mismos, mientras que el publicano es un hombre que se conoce realmente, conoce su corazón y se reconoce como pecador ante Dios. Esta es la conclusión de este evangelio: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Hermanos, humillémonos en la convivencia diaria con el otro, con tu esposa, tus hijos, tus familiares y aquellos que te hacen el mal. ¿Qué tenía Jesús que lo hacía distinto al resto de hombres?: La humildad. Fue un hombre que se humilló, fue capaz de lavar los pies a otros hombres, se dejó hacer toda clase de injusticia, y se dio totalmente a la causa divina, la salvación del hombre. Invoquemos el nombre de Dios y veremos el cielo abierto y la posibilidad de la vida eterna. Que la bendición de Dios esté con ustedes y sus familias.