El Gobierno y la desesperanza
Por Edistio Cámere
Mientras esperaba turno de atención, alcancé a escuchar parte de una conversación: “mis proyectos están truncados... y no solamente es la pandemia, es la situación política actual. En verdad estoy desesperado”. Esta palabra quedó repiqueteando en mi mente. Un significado de desesperación hace referencia a una alteración de ánimo originada por un arrebato, enojo o cólera. Según la acepción propuesta por el diccionario de la lengua española, la desesperación puede manifestarse en diversidad de circunstancias corrientes: conduciendo un auto, incumplimiento del proveedor, errar cuando de esa jugada depende el triunfo, etc. El extremo a evitar es caer en actos de violencia o de venganza. Que algo moleste o enoje implica vitalidad, brío y hasta cierta pasión para reconocer que se puede mejorar, corregir o innovar. En este sentido, la pasividad o la indiferencia jugarían a favor de la injusticia, el estatus quo y la prosperidad.
De otro lado, el gobierno actual ha desplegado su accionar afectando el sentido común, el estado de derecho y la realidad, buscando transformarla por la acción de un ucase ideológico. Al ritmo de su errático comportamiento – presentado y leído desde diversos ángulos por los medios de comunicación tradicionales y virtuales – los peruanos de a pie estamos viendo – con pasmo – que el ejecutivo está actuando de espaldas al bien común y usufructuando bienes y medios del Estado en provecho de sus acotados intereses.
El ímpetu, la gravedad y la disonancia en la toma de decisiones y de gobernar ha generado, en un comienzo, sorpresa y cuestionamientos para luego, los peruanos de a pie caer presos de la desesperación. Pero no la que implica enojo, cólera, sino en su acepción más grave y preocupante: perder la esperanza, no tener o saber qué esperar. La desesperanza casi siempre remite a un futuro incierto, a un futuro sumido en la penumbra. Sin un mañana para las futuras generaciones, el presente se torna agrio, pálido y hasta uniforme. Precisamente, sin proyectos ni ilusiones, la desesperanza se alimenta porque en el intercambio de comentarios se traslada lo lúgubre de la situación.
¿Nos dejaremos poner los grilletes de la desesperanza? ¿No tenemos en qué esperar? Estoy convencido de que hay esperanza para este país nuestro. En primera instancia, no es una utopía esperar tener un gobierno que administre la cosa pública con sentido común; que respete y aliente el estado de derecho; y que, haciéndose cargo de la realidad, procure integrar, desarrollar y hacer participar a los peruanos en la solución de sus retos y problemas personales. Un gobierno que abrace esos principios tiene que ser llevado por la sociedad y, no me refiero solamente a los votos, me refiero a revertir algunas prácticas extendidas, por ejemplo, mudar el contenido de los diálogos interpersonales y organizacionales: menos queja y más alternativas, posibilidades y esfuerzos; hablar bien de los valores que articulan nuestra sociedad y, sobre todo, revitalizar las sociedades intermedias, aquellas que defienden a la persona de los excesos del estado y hacen fuerte a una sociedad.
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