“El Inquisidor” y el cine como archivo incómodo
En 1975, Lima fue escenario de un hito singular: el estreno de El Inquisidor, la primera película gore filmada en el Perú. Se trató de una coproducción con Argentina que, pese a sus carencias narrativas y su fracaso comercial, merece una revisión crítica no por su valor artístico, sino por lo que revela sobre una época, una ciudad y una manera de mirar la violencia.
El Inquisidor cuenta la historia de un grupo que persigue, tortura y asesina mujeres acusadas de brujería, evocando la violencia de la Inquisición en tiempos virreinales. Sin embargo, la trama resulta confusa y su dirección acéfala. El guion parece un rompecabezas incompleto y la resolución es difícil de entender. No estamos ante una obra lograda, sino frente a un ejemplo de cine de explotación que, al igual que muchas cintas del giallo italiano o del slasher estadounidense, convierte la violencia contra las mujeres en espectáculo visual.
El problema no es solo estético, sino ético. Como sucede con algunas películas de Dario Argento, El Inquisidor estetiza la tortura y erotiza el dolor. El cuerpo femenino es reducido a objeto de castigo, y la cámara no muestra distancia ni crítica, sino una fascinación inquietante. Esta banalización de la violencia es parte del ADN de cierto cine de horror, pero eso no lo exime de responsabilidad.
Y sin embargo, hay algo más. Lo que hace valiosa a El Inquisidor no es su guion, ni su puesta en escena, sino su carácter de documento visual. La cinta funciona como una cápsula del tiempo: muestra una Lima de los años 70 que hoy apenas reconocemos. Aparecen la Vía Expresa, el Centro de Lima, el Hotel Crillón, la Costa Verde y una moda urbana desaparecida. En ese sentido, es también un archivo urbano, una mirada a una ciudad previa al colapso social de los ochenta.
Así, incluso una película fallida puede tener valor. El cine es también memoria. Y si bien El Inquisidor fue un fracaso, hoy circula libremente en YouTube, despertando la curiosidad de cinéfilos, investigadores o fanáticos del terror más visceral. Su visionado, sin embargo, debe ser crítico. No basta con mirar: hay que saber leer. Y lo que esta cinta nos dice, más allá de sus errores, es que toda cultura —incluso la marginal o la desechada— tiene algo que contar.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.