El legado informal
La “informalidad” es un fenómeno convertido en rasgo estructural de la producción y reproducción social en el Perú. No sólo marca estilos de vida y conductas en la población, sino que también le infringe un toque distintivo al intercambio de mercancías alrededor de un sistema formal que se resiste a integrarlo, pese a la sobredosis de diagnósticos que existen sobre el tema.
Tres grandes mitos del imaginario académico y de las políticas públicas debemos superar, si realmente queremos convertir la fase neolítica del fenómeno en algo parecido a una era de los metales.
El primero es no convertir la informalidad en una tara social. Este pensamiento medieval y de cruzada, digno de primates conservadores, siempre busca culpables y concluye lo mismo: “Desapareces a las personas y resuelves el problema”. Explicar la realidad social como problema y no como oportunidad es como ir en contra de la evolución de las especies.
El segundo es no convertirlos en sujetos predestinados por la historia. Sucedió en los años 80, cuando pensadores socialistas y liberales creyeron que las pymes informales iban a sustituir a proletarios y capitalistas populares en el Perú. Pero no ocurrió como se lo imaginaron. La pugna entre migrantes revolucionarios pro-Estado y pro-Mercado fue superada por el terrorismo genocida que representaron Montesinos y Guzmán, dejándonos una fractura histórica y un charco de sangre que aún no superamos en el imaginario colectivo.
El tercero es no encerrarlo en una visión dicotómica del mundo: formal o informal. Este pensamiento obsoleto y arcaico nos aleja de una comprensión real de las prácticas sociales y económicas que hoy presentan los peruanos, y que por sus rasgos informales no puede convertirnos en buenos o malos.
Hoy debemos identificar a fondo los distintos perfiles psicográficos del fenómeno: los ambulantes y comerciantes a los que nunca llegó el bono universal, las mafias ilegales que pervierten su esencia emprendedora, los bolsones conservadores que temen dar el gran salto, los bolsones innovadores que no temen convertirse en agentes disruptivos, o todos aquellos casos en los que vemos una combinación de diversas características que hoy ni siquiera tenemos mapeadas en un tablero de control. Partiendo de aquellos perfiles podemos imaginar soluciones que incluyan al actor informal.
Lo cierto es quienes controlan el mundo formal se resisten a poner en práctica soluciones que se caen de maduras: integrar la identidad a pensión, seguridad social y tributación; o impuesto cero los dos primeros años para quienes se formalicen; o fondeos solidarios para pensiones y seguros de salud que provengan del Impuesto General a las Ventas, sin afectar más la Renta del ciudadano. Son algunas ideas que ya existen en otras partes del mundo. ¿Qué extraños intereses impiden a nuestras autoridades romper esos círculos viciosos y perversos que conviven con los privilegios de unos pocos?