El lento caer a la vida

Los momentos especiales, esos que son capaces de conmovernos hasta estremecer el alma, los registramos con agrado y de ello nos sentimos afortunados.  En el trajinar de la vida muchas veces vamos captando esos momentos y se impregnan como sello o como huellas de haber transitado por tiempos y lugares memorables. Para nuestra fortuna, algunas personas son capaces de trocar y expresar todas esas emociones y vivencias con palabras, con una belleza especial que solo puede ser producto de mucho y arduo trabajo para entregárnoslas finalmente en forma de poemas, llenas de vitalidad y acorazadas de vivencias.

De todo esto lo que trasciende es que esos momentos se entregan como quien comparte para que ese yo poético sea la extensión del propio corazón como expresión de la más noble cualidad de las personas. Iván Adrianzén es quien logra hilvanar, con delicadeza, la crudeza del día a día, utilizando para ello un lenguaje diáfano.

Él ha plasmado para nosotros, los simples mortales, todo eso en su bello poemario: El lento caer a la vida. Escrito testimonialmente, en cuyas hebras los poemas transitan como rocío en frescas mañanas iluminando mucho más la alborada. Me atrevo a decir que todos sus poemas van por el mismo cauce, que al final es “una descarnada declaración de principios” tal como lo señala Víctor Salazar.

El libro está escrito sin ningún tipo de complejos porque a "Este lado del mundo / el viento gélido cala las certezas". Katherine Rengifo expresa que “Iván alumbra con su poesía como la calidez de un atardecer” y Karina Medina resume con fineza: "Iván expresa la catarsis de su introspección, el cambio de piel y el dolor del mismo para estampar en su letra el pasar de los años y su corazón". Son miradas que nos guiñan el ojo como quien da una campanada de alerta o como quien abre la puerta para que nos vayamos familiarizando con los versos que no podrán ser difuminados por el tiempo, que no podrán ser borrados por ninguna sombra y que no podrán atreverse a señalar algún adjetivo oscuro a la vida.

A ese lento caer de la vida, que hace que la prisa nos pretenda ignorar y que hace todo lo posible para que no podamos caminar en paralelo con nuestras propias sombras, lo retamos para que sea capaz de encender la mecha de una duradera luz que nos alumbre para transitar por este y otros mundos.

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