El lumpen manda en el Perú
La calidad del líder político la calibran su carácter, capacidad para gestionar, empatía, amor por la verdad, conocimiento, profesionalismo, entrega, moralidad, preocupación, respeto por quienes lo eligieron, devoción a la patria, actualización del conocimiento, pasión por el éxito, antagónico con la violencia, y gran talante concertador. Vale decir, atributos que Castillo, el inquilino de palacio, no tiene ni por asomo. Es más, tampoco los tiene, salvo rara excepción, al lumpen que integra el gabinete ministerial presidido por Guido Bellido, apologeta del terrorismo asociado criminalmente a su jefe Vladimir Cerrón, imputado por lavado de dinero, etc.
El presidente del sombrero prevalece más bien signado por su falta de personalidad, sumisión, ignorancia, improvisación, aparte de un complejo de inferioridad que lo transpira en sus palabras y gestos. Actúa mudo, a distancia del ciudadano, practicando la ley del menor esfuerzo, dedicado en solitario a colocarle cimientos a un apparatchik bolchevique en pleno siglo XXI. Sin embargo no se desvela por su auténtico compromiso como gobernante: cuidar que el pueblo reciba del Estado los mejores servicios en Salud, Trabajo, Educación y Seguridad ciudadana. Obligaciones a cargo del régimen de turno que deben ser atendidas con prontitud para demostrarle a la sociedad que el jefe del Estado se preocupa por la gente. No por “su” gente, como hace este sujeto desconocedor de todos los roles que debe desempeñar un estadista. ¡En el ejemplo Castillo, exigirle que haga lo que debe equivale a pedirle peras al olmo! En apenas un mes los peruanos hemos comprobado que Pedro Castillo es i-nep-to como presidente. Tendrá otras condiciones. Pero sencillamente, no califica como gobernante. Lo indiscutible es que Castillo se apega al cargo como ventosa. Muestra unas actitudes soberbias, imitando ridículamente la vestimenta, el gesto y el aspecto de gente atrabiliaria a la cual emula. Concretamente a Evo Morales. Su avidez porque el pueblo le rinda pleitesía por ser mandatario resulta patética y repugnante. Resumiendo, Castillo es la antítesis del líder político que hemos descrito líneas arriba.
En palabras de César Alfredo Vignolo, periodista de esta Casa Editora, “mientras los peruanos se sacrifican ocho horas diarias para lograr un título universitario, y trabajan otras ocho horas como taxistas, haciendo delivery, etc. para pagar sus estudios, otros sin estudios, experiencia, trayectoria profesional ni conocimientos en el sector público son nombrados a dedo ministros de Estado, presidentes de entes públicos, directores y/o funcionarios. Les basta ser chotanos, amigos de Pedro, Vladimir o tener carnet de Perú Libre. Cuando ser ministro de Estado debería ser la culminación de toda una vida de trabajo profesional, con bagaje académico y amplia y sustentada experiencia en el sector. No como ocurre en el régimen Castillo, donde sólo destaca gente sin la mínima experiencia.”
Todo esto sólo aporta a exacerbar cada hora la indignación del ciudadano, quien se siente traicionado por Castillo porque le prometió el oro y el moro durante su campaña electoral. ¡Una monumental estafa! Porque si su objetivo fuese la ciudadanía, Castillo debió rechazar la idea de esta revolución bolchevique que viene imponiéndole al Perú.