El mal llamado certificado de pobreza
Debemos ser lo más serios y puntuales posibles. El Decreto Supremo N° 063-2016-RE aprueba el “Reglamento que regula y establece límites en el otorgamiento de subvenciones económicas a los nacionales en el exterior que se encuentren en condición de indigencia o de necesidad extrema” y éste no refiere literalmente al mentado “certificado de pobreza”, sino a que los solicitantes “deberán acreditar su situación de indigencia” y quien lo otorga es el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social o una Parroquia como ha referido el ministerio de Relaciones Exteriores; sin embargo, acreditar una situación de indigencia o solicitar un “certificado de pobreza” es lo mismo, lamentablemente. Debo subrayar que la denominación “certificado de pobreza” me parece fascista y medieval, y denota un desprecio por la dignidad humana, intolerable en el siglo XXI, por lo que debería prohibirse en todas sus formas, porque nadie que sea pobre debe demostrar que lo sea ante la evidencia incontrastable de su estado de vida que lo confirma. Quisiera recordar que la pobreza es hereditaria. Es una dramática verdad. De padres pobres se espera hijos pobres como el cuadro que nos ocupa de una madre y su hija, peruanas en el exterior. La única posibilidad para dejarla es por la educación que cambia sin excusas cualitativamente la calidad de vida de las personas. No es verdad, entonces, que la pobreza sea una circunstancia de vida producto de la fatalidad. La creen así solo los renegados. Sí, en cambio, es verdad que las condiciones y circunstancias para dejarla son muy complejas convirtiéndose en un reto para las personas que deben afrontar una montaña de obstáculos para superarla. Precisamente, por su alta complejidad es que no todos logran superarla y eso es muy trágico, pero también es verdad. Es allí donde el Estado debe intervenir para coadyuvar con mecanismos básicos para que las personas más vulnerables puedan dejarla y no solamente paliar como algunos creen como si la pobreza fuera un estado de naturaleza para toda la vida. No es que sea una responsabilidad del Estado, pero nunca puede mostrarse indiferente. Jesús de Nazaret habló de la pobreza y luego, fundada la Iglesia, por su magisterio, fue pregonada la igualdad entre los hombres en base al amor de Dios y el amor al prójimo, centrando su mayor interés en los pobres como hicieron San Vicente de Paúl en el siglo XVII y Santa Teresa de Calcuta en el siglo XX. Nuestra misión es vivir con dignidad y ser felices y es verdad que saliendo de la pobreza uno vive mejor su felicidad pues es legítimo aspirar a una mejor calidad de vida, aunque es verdad que en el mundo aún hay mucho prejuicio con el estado de la pobreza como si serlo fuera un pecado. Finalmente, nunca se debe aprovechar de los pobres o indigentes de aquellos que yacen en estado de necesidad apremiante, hacerlo es tan censurable como cobarde.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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