El mensaje de la victoria electoral de Nayib Bukele en El Salvador
Nadie con un mínimo de realismo político podría haber dudado de la aplastante victoria del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en elecciones presidenciales del último domingo 4 de febrero, habiendo arrasado con más del 85% de los votos escrutados. El joven mandatario salvadoreño lo será por 5 años más, es decir, hasta el 2029. Haber conseguido poner orden interno aplacando a las temidas maras que prácticamente habían jaqueado al país, le ha valido el reconocimiento ciudadano expresado en las urnas. Es verdad que Bukele no ha contado con la legalidad o la constitucionalidad esperadas pues la Carta Magna de El Salvador impide la reelección del jefe de Estado; sin embargo, también es verdad que no teniendo lo primero, es un presidente al que le sobra legitimidad, pues el abrumador respaldo ciudadano nos libera de cualquier comentario en este último asunto, propio de la ciencia política antes que del derecho, al consagrar la denominada voluntad general, concepto desarrollado por el filósofo Jean-Jacques Rousseau, en el siglo XVIII, durante la Ilustración, que dio paso a la Revolución Francesa de 1789, trasladando la soberanía del monarca (absolutismo), a la soberanía del pueblo (democracia). Para que Bukele, que es un autócrata indiscutible, no se convierta en un dictador, debería convocar a un referéndum para que el pueblo materialice su voluntad de realizar una reforma de la Constitución que le dé constitucionalidad y legalidad. No será suficiente hacerlo solamente en la Asamblea Legislativa donde contará con una abrumadora mayoría. El pueblo –repito–, que es el soberano, que ha expresado con su voto mayoritario para que Bukele siga al frente del país, llevando adelante las grandes transformaciones, primero en seguridad ciudadana, y seguramente, en esta segunda etapa, más dedicado al asunto social, es la mayor fuerza política legitimadora con la que el presidente cuenta para continuar la obra.
Los salvadoreños han sabido priorizar y privilegiar sus necesidades y aunque habrá críticas de los promotores de la defensa de los derechos humanos dentro y fuera del país, al final sopesará más en el imaginario social salvadoreño, el derecho a vivir en paz y con seguridad, como derechos humanos preeminentes, antes que la nación siguiera dominada por la anarquía y la barbarie que impusieron las pandillas. Si fuera un profesor leguleyo -que no soy-, me quedaría solamente en la retórica de la norma jurídica escrita, pero soy un hombre del derecho que defiende el valor de la norma jurídica que debe adecuarse a la realidad como exigencia social, y no me refiero a la realidad del capricho, sino a la realidad del imperioso estado de necesidad social nacional. El derecho es además de norma jurídica, valores y hecho social, por lo que deberíamos efectuar una interpretación de la realidad político-jurídica salvadoreña a la que el derecho no puede mostrarse indiferente. Por tanto, seguiré apoyando a Bukele en su objetivo nacional de lograr que El Salvador se convierta un referente no solamente de paz y tranquilidad, sino, además, de desarrollo. He dicho reiteradamente que el Perú necesita un Bukele y creo que tenemos peruanos con pantalones que puedan hacer lo mismo en nuestro país. Los candidatos a la presidencia en el Perú, si acaso realmente quieren ganar la primera magistratura del país en 2026, deberán concentrarse dominantemente en el tema de la seguridad ciudadana de lo contrario, serán descartados. No es gratuita la actitud del joven presidente de Ecuador, Daniel Noboa, que viene dando pasos en ese mismo sentido, seguramente con el afán de delimitar su futuro político considerando que su gobierno es un mandato corto (apenas dos años). Esa es, entonces, la única verdad como mensaje, que se desprende de la reciente victoria de Bukele.
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