EL MILAGRO ECONÓMICO DEL SUDESTE ASIÁTICO
(Madrid).- A horas de tomar un vuelo a Perú, escribo estas líneas frente a la Puerta de Alcalá. Intentaré una interpretación personal del milagro económico que vieron mis ojos en las calles de Indonesia, Tailandia y Singapur. Vi cómo Indonesia consigue conectar sus 17 mil islas exitosamente, con aeropuertos locales de primer nivel, sistema de ferry, carreteras con tres niveles. Vi una diversidad de líneas de metro en Singapur y Bangkok. Vi comercio ambulatorio alrededor de cada templo. Religión y mercado están integrados. Vi mercados alrededor del tren, mercados flotantes y los centros comerciales más grandes del mundo. Vi cómo Singapur vive en una ciudad subterránea durante el día y, alrededor del subterráneo, existen centros comerciales más grandes que el Jockey Plaza. Vi un real empoderamiento del intercambio comercial en cada calle y rincón que recorrí. ¿Existe un milagro para lograr todo esto? Más allá del régimen político que los gobierne (un tema para otra columna), encuentro tres características comunes en sus centros de desarrollo más consolidados.
La primera es el reconocimiento del mercado como dato de la realidad. Todo se intercambia, se compra o se vende. Nada es gratuito. Existe plena consciencia de que toda inversión pública en salud, educación y conectividad son costos que todos asumen. En los tres países, los Estados no son enemigos de la iniciativa privada, sino un socio que acompaña. Esta filosofía es antagónica al discurso de las izquierdas moderadas latinoamericanas, que asocian mercado solo con capitalismo y niegan el principal motor de cohesión social que existe en el mundo desde la antigüedad.
La segunda es el reconocimiento de que la inversión pública y privada debe darse de manera ordenada, planificada y descentralizada. Ojo, dije planificada. Eso significa que existen grupos de cerebros que están pensando y repensando a diario la consolidación del país, sus ciudades, carreteras y sistemas de transporte público para integrarlas. El juego es muy simple. Las distintas regiones compiten por ser más atractivas para inversiones públicas y privadas. El reto es convertirse en polos de desarrollo país. Veo esto y me reafirmo en que debemos repensar el proceso de descentralización en el Perú, que por interés político no se pensó económicamente al concebirla, y hoy sufre los estragos de una economía que tiene todas las ganas de explosionar, pero sigue atada a una camisa de fuerza política que no responde a sus expectativas.
La tercera es el reconocimiento del otro como igual. Aquí “informalidad” existe en cada rincón. Pero esta fuerza emergente económica no consolidada está integrada al sistema. Nadie, absolutamente nadie, los llama “informales”. Su administración como fuerza emprendedora funciona en las calles a diario. De alguna manera, ese milagro económico del sudeste asiático logra convertir la emergencia caótica y desordenada en casos de éxito. ¿Cómo sacamos al emprendedor peruano del modo supervivencia y del círculo vicioso llamado pobreza, y lo convertimos en un motor económico popular? El rol promotor del Estado y lograr que existan cadenas económicas entre grandes, medianos y pequeños empresarios es clave. ¿Qué esperamos? La receta la conocemos hace décadas.
Una lección aprendida es que debemos repensar por completo el mal llamado fenómeno de la informalidad. Sin integración económica, conectividad y descentralización efectivas, esa exclusión sistemática que los “formales” del país impulsan con reglas de juego arcaicas solo alimentará una olla de presión que terminará explosionándonos en la cara convertida en sociedad ilegal. Administrar con inteligencia esa emergencia social y económica es el verdadero milagro que vi al visitar el Sudeste Asiático.
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