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El misionero que llegó a Roma

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Fecha Publicación: 08/05/2025 - 22:50
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Tenía el perfil adecuado, pero casi nadie lo vio. O tal vez sí: ¿el compañero de su oficina vaticana que percibía sus logros y su creciente, pero silenciosa, influencia entre obispos y cardenales? ¿O el propio Papa Francisco, que le confió su nombre en secreto a algunos de sus cardenales amigos? Sin embargo, allí estaba el hombre, el pastor, el misionero, el doctrinario, el filósofo, el humilde, el cercano. Casi nadie lo vio. O —como es lo más probable— el Dios Uno y Trino, que habló desde su Espíritu ayer en la noche para que los cardenales lo escucharan en sus vigilias y en sus sueños en la casa de Santa Marta.
Robert Prevost es el nuevo obispo de Roma y el Papa León XIV, de 69 años, nacido en 1955 en Chicago, perteneciente a la Orden de San Agustín. Ordenado sacerdote en 1982, llegó al Perú tres años después, en 1985, en una misión agustina que recorrió el norte del país y se acercó, como pocas, a los humildes y olvidados de todos los gobiernos. En 1988, su orden le encargó dirigir el seminario agustiniano de Trujillo, y allí estuvo diez años. En 2014 volvió al país como administrador apostólico de la diócesis de Chiclayo y luego fue también obispo de esa localidad del norte peruano. Tras su nombramiento, se nacionalizó peruano para cumplir uno de los concordatos entre la Santa Sede y el Perú, que exige que cualquier obispo deba ser natural o nacionalizado del país en el cual se fija su lugar pastoral.
Como obispo, formó parte de la Conferencia Episcopal Peruana entre 2018 y 2023, de la que fue vicepresidente segundo. Fue, asimismo, administrador apostólico del Callao. En enero de 2023, el Papa Francisco lo llamó para ser prefecto del Dicasterio para los Obispos en la Curia Romana, el organismo que propone al Papa a los nuevos obispos a ser designados en todo el mundo. En septiembre de ese mismo año fue nombrado cardenal.
León XIV es el Papa de la unidad, pero ya ha empezado a diseñar su impronta personal. No rechazó los emblemas pontificios, como lo hizo Francisco, pero se le sintió tan humano, tierno y cercano como él en su aparición en el balcón. Ya el domingo 11, en el rezo del ángelus, en donde deberá leer un discurso de unos diez minutos, marcará la pauta de su pontificado, como lo hizo Francisco al disertar emocionadamente sobre la misericordia en esa aparición clave. Ha sido conmovedor escuchar sus palabras desde el principal balcón del Vaticano, saludando a Chiclayo y recordando su largo paso por el Perú como misionero. Gente de ese norte caluroso, noble, sencillo y acogedor ha expresado su júbilo por la noticia. Todos allí, en las soleadas y muchas veces castigadas comarcas por la naturaleza, buscan ahora las fotos en que el Papa León XIV aparece, las comparten, las vuelven a mirar una y otra vez, las envían a los medios y expresan su inmensa alegría de que uno de los suyos sea ahora el máximo dirigente de la Iglesia Católica.
Los retos de León XIV son múltiples y complejos. La sinodalidad de la que es promotor tendrá su sello de acogida y acompañamiento pastoral. Todos juntos en el camino, aprendiendo unos de otros: católicos, curas, laicos, dirigentes y dirigidos, cooperando y enrolándose en el pueblo de Dios. Las calles de Chicago, el lugar donde nació, y las de Piura o Chiclayo, donde hizo su labor misionera, son las mismas para los pobres, y él las ha visto y recorrido. En la formación de nuevos clérigos agustinianos también ha puesto esa huella de comunión que deberá orientar ahora su pontificado.¡
La Iglesia Católica ha dado un ejemplo de concordia y compromiso. Pese a su profunda crisis, al éxodo masivo de sus feligreses en varias partes del mundo, a los problemas de todo tipo que ha debido enfrentar y que han ensombrecido su labor, allí está ahora, unida, eligiendo a su jefe en solo cuatro votaciones de su cuerpo cardenalicio. Ese mensaje es rotundo para el mundo en horas de peligros y de realidades a veces atroces. Los cardenales son servidores de la Iglesia, pero también son Pedro negando a su Dios tres veces, pescadores humildes que necesitan ver para creer, pero que también pueden ser misioneros para su mundo y para su tiempo. La demostración de unidad y sentido de horizonte que los prelados reunidos en la gran Capilla Sixtina han dado a nuestro tiempo debe ser faro y guía para las complejidades a las que debemos hacer frente como mundo, como país, como comunidad, como familia.
Una sencilla y honda emoción embarga a los peruanos, sean católicos o no. El Papa es peruano, conoce nuestra alma, nuestro sentir, nuestra idiosincrasia. La ha visto en las calles y en los cerros, en las infaltables canchitas de fulbito y en las pequeñas capillas pueblerinas. Así como Francisco —y él mismo lo recordó en su aparición en el balcón ya como Papa— venía casi del fin del mundo, Robert Prevost, León XIV, viene de nuestra tierra, también casi en el fin del mundo, a dar como Papa su lección de misionero y de pastor.

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