El misterio de la poesía
Cuando alguien lee poesía se asoma a un misterio. En ningún verso, creo, que está descrita mejor esa milenaria magia, que en estas líneas de Martín Adán: “Poesía no dice nada/ Poesía se está callada/ escuchando su propia voz”. Una voz única y plural que emerge de todos los tiempos y todos los lugares, no para decir sino para oír al propio tiempo y a la propia tierra gozarse o quejarse de la vida. La poesía dice más de lo que el poeta quiere expresar con ella y con el lenguaje, porque sugiere su misterio, su complejidad, su todo.
Pero el misterio de la poesía también se encarna en lo inefable, y qué hay más inefable que el amor. En el siglo de oro de la literatura española, Gustavo Adolfo Bécquer escribió mirando a su amada: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas/ en mi pupila tu pupila azul /¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? /Poesía... eres tú”.
El misterio de una mirada penetrado por otro misterio. “La lengua es un signo, el signo mayor de nuestra condición humana”, señala el gran poeta mexicano Octavio Paz. Y la poesía es esa lengua misteriosa que sale de sus profundidades, pero vuelve a ella a través de una mirada: la del poeta que escribe un poema que está callado escuchando su propia voz, y la de la mujer, el otro, la otra, que encarnan en su complejidad y su misterio la poesía.
San Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”, es decir, piérdete, bórrate, desaparece, el amor te devolverá al centro de tu vida y de la vida. ¿Qué hay en ese centro? ¿En ese agujero negro que a veces se colma y en otras está desoladamente vacío? El poeta belga Henri Michaux, íntimo amigo de Cioran, decía que nació “horadado” y que lo que más deseaba era verse dentro de sí. Lo intentó todo y casi al final experimentó con drogas alucinógenas para mirar qué había en ese fondo.
Al salir de una de esas experiencias, de la que creyó que no podría emerger, dijo: cuando ya no había nada de nada encontré la poesía. La volvería a encontrar una vez más en los brazos de la uruguaya Susana Soca, quien finalmente lo dejó, otra vez ”en el hoyo” del que ya no saldría nunca más.
Cesare Pavese, otro gran poeta encandilado con la complejidad y el misterio de la poesía, un domingo de agosto de 1950, salió de su casa en Turín, tomó un tranvía y alquiló un cuarto en el hotel Roma. Desde su habitación hizo algunas llamadas telefónicas, todas a mujeres, a las que invitó a conversar, a comer, a acostarse con él. Todas se excusaron. Una de ellas, una muchacha que había conocido en un salón de baile, le respondió: “No voy porque eres un fastidioso y me aburres”.
Unas horas más tarde lo hallaron muerto sobre la cama. Ocho días antes, el hombre deslumbrado por la poesía había cerrado su diario con estas frases: “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”.
jorge.alania@gmail.com
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