El mito de la caverna y las sombras jurídicas
Hay mitos que se cuentan para niños y otros que parecen reflejo de la realidad. El mito de la caverna de Platón, narrado en La República (libro VII, circa 380 a. C.), es uno de esos relatos eternos que, aunque concebido para hablar de la verdad y la ignorancia, bien podría describir al Perú.
Platón imaginó, hace más de dos mil años, a un grupo de personas encadenadas dentro de una cueva, mirando sombras proyectadas en la pared. Creían que esas sombras eran la realidad. Uno logra liberarse, ve la luz, descubre la verdad… pero, cuando regresa a contarla, los demás lo insultan y quieren matarlo.
El filósofo sostenía que el conocimiento verdadero requería salir del engaño y mirar el sol: la verdad. En cambio, nosotros parecemos encantados con las sombras: leyes que no se aplican, derechos que solo existen en el papel y una justicia que brilla por su lentitud.
En el Perú, el mito describe con precisión nuestro sistema legal: ciudadanos atrapados en la oscuridad de trámites absurdos, autoridades y abogados que veneran más la forma que el fondo, y un Estado que confunde control con justicia. Nuestro derecho vive entre las sombras del formalismo y la sobrerregulación.
Como dijo Rudolf von Ihering en El espíritu del derecho romano (1877), el derecho no puede ser un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar justicia social. Pero aquí preferimos el expediente al sentido común. Lo que Platón llamó “las sombras”, nosotros lo llamamos “copias fedateadas”.
La Constitución garantiza igualdad, pero el acceso a la justicia depende del apellido o del contacto. La Ley Universitaria exige calidad, pero las universidades siguen graduando abogados que se quedaron en la teoría. Y el silencio administrativo positivo —que debería liberar al ciudadano— se volvió ironía nacional: el silencio es la única respuesta.
Si en la caverna platónica el fuego proyectaba sombras, en la nuestra el fuego es la burocracia: el calor sofocante de colas y trámites inútiles. Foucault lo habría disfrutado: vivimos en un país donde el poder no necesita castigar, solo regular hasta el cansancio. Y cuando alguien quiere cambiar algo, los encadenados gritan: “¡Eso no se puede! ¡Siempre ha sido así!”.
El problema no es solo legal, sino educativo. Platón fundó su Academia para liberar mentes; nosotros fundamos universidades para llenar vacantes. La educación jurídica enseña a memorizar artículos, no a pensar. Como advirtió Hannah Arendt, educar es formar para la acción, no para la obediencia.
Salir de la cueva duele, decía Platón. Pero duele más quedarse. El reto del derecho peruano no es producir más leyes, sino encender más luces: menos trámite, más criterio; menos sombra, más pensamiento.
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