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El mundo de la escuela

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Fecha Publicación: 25/10/2024 - 21:50
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El sonido del timbre –agudo y prolongado– es un gran comunicador en la escuela. Al escucharlo, el estudiante y el docente distinguen con claridad meridiana el inicio o término de una actividad. Los timbres más esperados son los que convocan al recreo, momento en que unos juegan y otros comparten vivencias en compañía de una aromática taza de café.
Un profesor, al filo de su periodo de clase, se dirigía a la cafetería. A mitad de camino, advirtió que Juan –alumno de su curso– estaba sentado, cabizbajo, ajeno a lo que ocurría en su derredor. “¡Qué raro, Juan es de los que aprisionan hasta el último segundo de sus recreos!”. Al sobreparar, un primer dilema se instaló en su mente: Si me acerco, el tiempo de mi descanso se habrá licuado. Si no lo hago, perderé la oportunidad para conversar sobre lo que le esté preocupando. La deliberación del docente no se resuelve con la mera postergación del café, por un riguroso sentido del deber; es mucho, pero al mismo tiempo poco: el maestro renuncia a su tiempo y a atender sus cosas, movido por el afecto para atender al “otro”. Más que el que te preocupa, la cercanía, acogida y cordialidad marcan el sendero del diálogo. Este hecho es uno de los muchos que suceden en el mundo de la escuela.
La neutralidad que caracteriza la relación entre un vendedor y un comprador cualquiera no se predica en la relación profesor-alumno. La dinámica de la convivencia, el trato personal, las manifestaciones propias de la edad de los alumnos, fecundan brotes de afecto, de preocupación y de efectiva ayuda. Al componente afectivo –insumo intangible– no se le puede poner precio. A diferencia de la industria y del comercio, el quehacer educativo incluye insumos intangibles que operan al margen de las leyes del mercado, pero contribuyen decididamente en el aprendizaje. Son impagables. Su valor no se puede tasar: el consolar a un alumno cuando está triste, alentarlo cuando arrecia el desánimo, corregirlo cuando yerra, orientarlo para mejor elegir, reconocer sus logros o simplemente escucharlo… así se podría seguir abundando en hechos ‘inapreciables’.
Una visión centrada en los resultados tiende a concebir el colegio como una fábrica: los factores se despliegan mecánicamente con arreglo a un modelo de producto previamente definido. La enseñanza-aprendizaje es el core de una escuela, pero será tanto más eficaz si es prudente para aplicar el siguiente principio: para enseñar matemáticas a Juan, hay que conocer a Juan. El mundo de la escuela, que representa la cotidianidad de lo humano: escucha, conversación, afecto, ayuda, atención, etc., tiene que ser mantenido y avivado para que se aprenda. ¡Qué poco se conoce y valora lo que realiza un docente en los ámbitos de co-pertenencia de una escuela! La atención y ocupación por el otro, en la familia se llama amor; y, en la escuela, ¿cómo debería llamarse? Lo que sé es que ya es hora de que la sociedad y el MINEDU reconozcan con obras a los docentes.

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